jueves, 23 de abril de 2015

Breves para la nostalgia



Carl Gustav Jung decía que la decisión de un hombre de hacerse marinero, podía interpretarse como una necesidad de volver a meterse en el vientre de su madre, por cuanto el océano es uno de los símbolos que estructura el arquetipo materno, a través de la imagen de su fondo caótico, su carácter transformador y la inmensidad de su vientre acuoso. Lo mismo que se dice del mar podría decirse también de las imágenes del río y del lago, salvo que en este último caso el agua estancada añade una vertiente simbólica que profundiza en la asociación con el caos. Esta misma metáfora acuosa articula los significados del cuento “El conde” con el cual se abre el libro de relatos de Claudio Magris publicado por la editorial Sexto Piso.
El conde y otros relatos
El aspecto femenino de lo fluvial navega por las páginas del relato como el elemento que paraliza al protagonista del cuento, que no es precisamente el Conde sino el narrador, el hombre que ayuda al otro a rescatar cadáveres del río, y quien en el relato de su escondido resentimiento contra su jefe evidencia sus propios miedos a vivir, articulados en una especie de veneración por las mujeres, en especial de María, la novia a quien dejó en estado y con quien no pudo casarse nunca, en parte gracias a los enredos del jefe. No escapará al lector la coincidencia del nombre de la amada imposible con el de la madre de Jesús, y si a eso se le añade el hecho de que “María” viene de las palabras para designar el mar en hebreo y en griego, se puede apreciar el entramado de significados con el que trabaja en esta narración el escritor italiano. “¿Cómo hablar de ella, con esta lluvia y esta oscuridad? (…) Cuando reía echaba hacia atrás la garganta levantando la cabeza, y su cabello y su rostro parecían elevarse hacia lo alto, una gaviota que remonta el vuelo y se precipita en el azul”, son las palabras que usa el narrador para describir a su novia, que hacen pensar en la erótica resultante de la sublimación de la dama en el amor cortés. Las ideas del narrador destacan con la misoginia del Conde, para quien “no valen nada” y considera “de estúpidos ocuparse tanto de ellas, solo los muertos merecen ser tomados en serio”.
Pero, además de la presencia de lo femenino, en este cuento que data de 1993 se articula la nostalgia como fuerza narrativa y esto lo vincula con los otros tres que integran el libro El conde y otros relatos “La portería” (cuya primera versión vio luz en 1995), “Las voces” (1988, 1995) y “Y haber sido” (2005). La editorial mexicano-española hace un buen trabajo en construir y mantener una atmósfera melancólica a lo largo del volumen, pero sus apenas 79 páginas dejan al lector con hambre de más y preguntándose si no había manera de presentar un libro más extenso que quizá hubiera podido incluir dos o tres atmósferas diferentes y características de la obra del más reciente galardonado por el Premio de Literatura y Lenguas Romances que entrega anualmente México en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
El relato que brilla porque difiere de los demás es “Las voces”; allí un hombre tiene relaciones imposibles no con mujeres, sino con las voces que estas dejan en sus contestadores automáticos. Podría compararse con el primer relato en su retrato soez de las mujeres de la realidad, puesto que se entiende que las voces son otra manera de sublimar el deseo: “Son las voces las que cuentan. Es más, solo ellas existen. Los cuerpos parecen armar mucho alboroto y ocupar mucho espacio, pero tan solo son sombras que desaparecen cuando cae el sol”.
“La portería” es una obra preciosa que habla sobre la desventaja que es envejecer y sentirse inútil. Presenta la perspectiva de un anciano que ha pasado la vida entera trabajando hasta consolidar un negocio exitoso. Como en “El Conde”, la nostalgia de un tiempo que parecía mejor se presenta como elemento articulador de un narrador-protagonista que, a diferencia del que construye el otro relato, se presenta como un personaje activo que desde el primer párrafo aparece in media res: bajándose del autobús para ir al trabajo.
También el tercero, “Ya haber sido”, está marcado por una tristeza melancólica, puesto que puede leerse como el panegírico de Jerry, cuyo perfil no es propiamente descrito en el texto, pero que sí expone bien las perspectivas sobre la vida de la voz que narra. Habla de la muerte y de la necesidad que muchos tienen de triunfar en la vida, o cómo esta marca el paso de la adultez a la vejez, así, la idea de ya haber sido o no haber sido es la idea sobre la cual se construye el relato. “Ser hace daño, no concede tregua. Haz esto, haz lo otro, trabaja, lucha, vence, enamórate, sé feliz, debes ser feliz, vivir es esta obligación de ser feliz, si no, qué vergüenza”. Es una que por la manera en que dice, más que por el sentido de lo escrito podría resumir no solo el libro sino también la carrera literaria de Magris: la búsqueda del sentido de la existencia sin ofuscaciones: sin las carreras inútiles de quienes piensan que la literatura (como simulacro de la vida) tiene algo qué enseñar.

@michiroche

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