sábado, 29 de noviembre de 2014

Claudio Magris dio una clase de Literatura en la FIL


Claudio Magris dio el mejor discurso que en el último lustro escucharan los asistentes a la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Con motivo de la recepción del Premio FIL de Lenguas Romances, el autor italiano dio una clase magistral de literatura: de cómo se mira al oficio de las letras a través de los ojos de un autor.
Claudio Magris
Foto de archivo. © Paolo Magris
Tomando como ejemplo el procedimiento que el teórico austríaco Heimito von Droeder usaba para escribir a mano los primeros borradores de sus novelas, en los cuales usaba diferentes colores para marcar los distintos planos de la narración –anotando en un tono el recuento de los hechos, en otro el flujo de la consciencia y en otro diferente las descripciones–, señaló que un texto literario es “un tejido de planos diferentes, rico en diferencias; sostenido por una tensión entre la totalidad y el fragmento, lo dicho y lo no dicho”.
El también ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2004 se refirió a los dos tipos de escritura cuya combinación, a pesar de que sean de sintaxis completamente diferentes, le da orden al mundo: la escritura ético-política y la de invención. La primera informa sobre el mundo y se sustenta en el conocimiento intelectual, mientras que para la segunda usó la imagen de la mano para referirse a la creatividad, a la “escritura que se ejerce con absoluta e irresistible libertad”. Y tomando una metáfora del argentino Ernesto Sábato, Magris habló de la dialéctica entre una escritura “diurna” y otra “nocturna”. En la primera se reconoce su escritor y, en la segunda, el escritor “ajusta cuentas con algo que sale de él”.
Qué duda cabe que el propio Magris se coloca en el centro de todas estas formas de escritura, con una enorme cantidad de su vida tratando de crear desde la cabeza, para luego encontrarse, una y otra vez, avanzando entre los borradores de sus textos sin saber cuál es el objetivo de su búsqueda. Y así, habiendo comenzado por un ensayo donde su escritura se produce a tientas, pronto se ve arrojado por acción de su propia creatividad a la vorágine heterogénea e impura de los textos que termina por denominar novelas. Para dejar las cosas en claro, se definió a sí mismo como un autor de lo nocturno, uno que asume su profesión como el eterno proceso de intentar explicar lo que surge dentro de él o lo inexplicable que se multiplica sobre la tierra.
El mejor ejemplo de esto es Danubio, la obra que lo hizo célebre en 1986 –por lo menos en el mundo hispanohablante– la misma que surgió de un viaje por la “otra Europa” –¡hay, cómo odia Magris esta frase!– donde lo que comenzó como un ejercicio turístico pronto se convirtió en un ambicioso proyecto literario que cabalga entre el ensayo y la novela con la pericia de un maestro en ambos géneros. “Una especie de novela sumergida”, como la definiera el propio Magris, en este libro escribe no solo sobre la civilización danubiana, sino con más propiedad “del ojo que la contempla”. Así, mientras el escritor de invención que hay en Magris recorre el viejo río desde sus fuentes hasta el Mar Negro atravesando Alemania, Austria, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania y Bulgaria, el ético-político persigue la historia de estos lugares y va construyendo un mosaico de realidades culturales, donde destacan más que las afirmaciones de una civilización, sus inquietudes. Hace una croquis del ambiente intelectual donde, en el centro del nihilismo, se gestó la génesis de la posmodernidad. Y de esa manera Magris termina por explicarse y explicarnos, sin darse aún por satisfecho de tamaño hallazgo, la profunda influencia que esta Europa, a la cual el status quo había relegado a la otredad, tiene sobre el caótico orden del mundo contemporáneo. Y ahora que se cumple una centena de la Primera Guerra Mundial, reconocida por la generación de nuestros abuelos como la Gran Guerra, la Guerra de las Guerras, pero que no pudo terminar con nada y más bien nos precipitó a otra, una segunda, mucho peor Guerra de las Guerras ¿qué mejor homenaje puede hacérsele a la cultura que despareció dentro de aquellas trincheras?
Pero el mismo Magris no aspiraría a tanto. Advierte que lo suyo no es andar por los meandros de la escritura proponiendo lecturas ni definiciones. Si su escritura es ético política, para usar los términos que él mimo propuso hace unas horas delante de una audiencia de unas 200 personas, me parece menester señalar que ello se debe a que el italiano es de los escritores nocturnos a los que Sábato se refería: uno que necesita entender lo inexplicable que encuentra por allí, dentro de sí mismo o alrededor suyo.
Y he allí, justamente, la característica definitoria de la larga obra de Magris que ha premiado la FIL en esta edición: la humildad del escritor nacido en Trieste en el año de 1939 de nunca creerse, ni como intelectual ni como persona, más que el texto que produce, así como también su inacabable necesidad ética de comprender el mundo y la humanidad que lo habita.
Por eso, al final de sus palabras de hoy, Magris describía la obra, la suya o la de cualquiera, apenas como un “maltrecho barquito de papel que podemos construir con nuestras palabras”. En ese momento me hubiera gustado verle la cara a tanto escritorzuelo de poca monta, sean o no fenómenos de ventas, que abundan en los encuentros literarios de la envergadura de la FIL Guadalajara, obsesionados como están por su obra –su obra, su gran obra, la obra de las obras… ustedes me entienden–. Pero no pude ver a ninguno. Estarían afinando la voz y juntando lugares comunes para afrontar las interminables entrevistas que van a sucederse en los próximos diez días con el objeto de hablar de tal o cual novedad editorial. Más hubieran aprendido si hubieran se hubieran sentado entre las dos centenas de asistentes a ese discurso porque se hubieran dado cuenta de la banalidad de sus posturas y hubieran tenido que reconocer que el gran fenómeno literario de esta vigésimo octava edición de la FIL ya había ocurrido: un magno escritor había dado una clase magistral de literatura en la cual demostró que lo más importante no es lo escrito, sino –y con suerte– la pregunta que llevó a escribirlo.

@michiroche

viernes, 28 de noviembre de 2014

El hombre que es el autor


No suelo escribir reseñas de libros de poesía, si acaso de alguna novela, últimamente (pero muy de vez en cuando, siempre de autores que no conozco personalmente). No tengo un sitio fijo donde publicarlas y, en el caso de la poesía, no es un género sobre el que me apetezca escribir especialmente, o, mejor dicho, hay otros asuntos y géneros sobre los que me apetece escribir primero. Además, desde que llevo la edición de una colección de libros de poesía, esa me parece suficiente responsabilidad prescriptora.
Trasmallos
Pero en el caso de este libro de poemas –Trasmallos, de Santiago Gil— hay algo, un cierto hermanamiento literario que he sentido, por sorpresa, al leerlo, que me ha hecho pensar que sería una pena no poder saludar su publicación; escribir algo (tal vez no una reseña, exactamente) sobre alguna de sus características.
Alguna vez he dicho que Santiago Gil es, me parece, de la nueva generación de escritores canarios (ahora en los 40), uno de los de corte más “literario y humanista” (junto con Anelio Rodríguez Concepción y Bruno Mesa, por ejemplo); aunque no sea, posiblemente, más que una delimitación gruesa que, esperemos, sirva al menos para situar a Santiago Gil respecto de aquellos autores de esta generación que están trabajando la novela negra y, también, de aquellos otros que han apostado por la continuación de la tradición insular.
En Trasmallos, en efecto, el hombre que es el autor se pone de manifiesto, lo trasciende todo, resulta medular, es narrador y protagonista, es poeta y objeto del poema. José Luis Junco Ezquerra lo señala ya desde el título de su prólogo: “Trasmallos. La reivindicación poética de lo humano”. Con ello está relacionado lo que me ha “impresionado” de la experiencia de leerlo: Santiago Gil ha recurrido al melodrama para estructurar su poemario, ha tirado de su experiencia como narrador y ha dispuesto, muy al principio del libro, el relato de un hecho dramático que ha marcado su biografía: la separación de su pareja. De tal modo que, a partir de ese instante, el dispositivo melodramático extiende una pátina de dolor sobre cada poema del libro, que transmite sus emociones más íntimas respecto de ese duelo órfico –sin recurrir al conocimiento clásico, decantándose por la verdad propia, personal, transferible—. A la emoción del lirismo de la escritura poética, se suma la emoción épica –aunque intimista, cotidiana— obtenida por medio de un recurso que hoy es considerado poco poético: más bien dramatúrgico; narrativo, en cualquier caso.
En cierto modo, es como si la “poesía culta” –en este tiempo de pos cultura y pos posmodernidad— se volviese “cantar de gesta”, pero de una gesta que consiste en la entrega total, impúdica, de la persona que escribe: la persona y el poeta indisociados de un modo pornográfico; la “pena en observación” en el centro de todo.
(No es un proceder habitual en la poesía española, me parece. Merece señalarse).
Nada nos impide disfrutar de la calidad poética de los poemas de este libro si los leemos por separado o en desorden, pero si los leemos en la estructura que el autor ha querido, los poemas son “más”. Y siempre hubo pérdidas amorosas y poetas que las contaran o las cantaran, pero este libro nos habla de las nuestras: del duelo que padecen los hombres abandonados hoy.


MAR DE OTOÑO EN PRIMAVERA
Santiago Gil

Este mar triste de otoño en primavera,
una avenida que atardece mojada por la lluvia,
bufandas que ya estaban olvidadas en los cajones,
paraguas que rompe el viento de la costa,
y tú tratando de explicar por qué me dejas.
Aún recuerdo cada una de tus palabras
confundidas con el olor de la tierra mojada
y la brisa de mar adentro que traía el viento.
No es que no me quisieras,
ni que hubieras dejado de adorarme.
Según tú fue el tedio, el hastío,
los domingos aburridos e interminables.
Dices que no hay otro, ni otra,
que es parte de la vida esta derrota.
En fin, que el futuro te regale divertimentos,
que nunca más te venzan la desgana y la monotonía,
ni el desamor, ni el desencanto,
ni te quedes jamás, Dios no lo quiera,
ante uno de estos mares tristes de otoño en primavera.

Trasmallos, Santiago Gil (Ediciones de la discreta, 2014)

jueves, 27 de noviembre de 2014

Pájaros en mano


Incluso si usted no lee en la pestaña del libro que Samanta Schweblin nació en Buenos Aires hace 36 años, usted podrá ubicar su obra en la misma tradición del particular coqueteo con lo fantástico que marcó la prosa clásica de Argentina el siglo pasado y no tardará en construir su genealogía literaria a partir de los libros de Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Más los escritos por los dos primeros que los publicados por el tercero, por supuesto. Esto se debe a que la fibra de su narrativa breve toma el talante lúdico de ciertos relatos del autor de Todos los fuegos el fuego (1966), así como también la mirada socarrona que tornaba los fundamentos de la vida en irrealidad propia del autor de La trama celeste (1948).
Pájaros en la boca
La escritora que ha sido editada en Alemania e Italia –además de en varios países de la comarca de la Ñ– construye universos donde lo siniestro abre una brecha dentro de lo cotidiano por donde se cuela lo fantástico. Pájaros en la boca es una buena muestra de ello. Aunque esta es la colección de cuentos que la dio a conocer en 2009 con el Premio Casa de las Américas que otorga Cuba, su primer libro, El núcleo de disturbios (2002) ya labia hecho acreedora del Premio Fondo Nacional de las Artes en su país.
La publicación que toma su nombre del cuento sobre una adolescente con extraños gustos culinarios presenta 14 relatos en los que son comunes los motivos del viaje en carro, así como los bares y comederos donde descansan los viajantes. Tal es el caso de “Irman”, donde dos amigos se encuentran con un enano cuya esposa acaba de morir en un restaurante de carretera. El desplazamiento tiene un inesperado cambio hacia el comentario social en el cuento “La furia de las pestes”, donde un empleado gubernamental llega a un pueblo olvidado para hacer un censo y se encuentra con la violencia contenida del hambre de sus habitantes. Similar en su retrato de reserva ante la furia es “Cabezas contra el asfalto” en el cual un artista plástico pinta gente con la cabeza rota como sublimación de sus impulsos más salvajes.
Pájaros en la boca presenta también un particular regocijo en lo subterráneo, como indican la historia de los niños que desaparecen trabajando en un hoyo de “Bajo tierra” o “El cavador”, con el que se abre esta colección y donde un hombre se ha retirado al campo a trabajar se encuentra inexplicablemente dueño de un pozo y de un cavador que trabaja en este.
La maternidad, deseada o no, es otro tema que se repite. En “Conservas” se trata de una pareja que se somete a un tratamiento a ver si puede dejar un embarazo para otro momento. “La sensación es todo lo contrario a lo que se siente al emprender un viaje”, reflexiona la narradora frete al espejo en que su reflejo se ríe con el de su esposo, ya cuando está avanzado el tratamiento: “No es la alegría de partir, sino la de quedarse. Es como si al mejor año de tu vida le agregas un año más, bajo las mismas condiciones. Es la oportunidad de seguir en continuado”. Qué duda cabe que este asunto, femenino por antonomasia, es tratado a partir de la ansiedad que genera la perspectiva de traer un hijo al mundo. “En la estepa” se mira el tema de la fertilidad desde el punto de vista contrario: una pareja que quiere tener un hijo conoce a otra que ya lo tiene. En el juego de dobles, la primera díada se refleja en la segunda, que actúa como un espejo y se encuentran con lo terrorífico que podría ser conseguir lo que desean.
El universo familiar está retratado en “Papá Noel duerme en casa”, “La medida de las cosas” y “Mi hermano Walter”. A través de la inocente mirada de un niño, el primero de estos cuentos narra la historia del resquebrajamiento de una familia. En el segundo, un hombre rico, que huye de la casa en la que vive con su madre,  encuentra alegría con las diversiones más pueriles. En el tercero, el éxito de una familia se observa y se mide a través del hermano fracasado y triste. “La gente habla como si mi hermano se alimentara de estupideces. Si le pregunto quién es [la persona que ha llamado por teléfono], o qué quieren, él es incapaz de responder. No le interesan en lo más mínimo. Está tan deprimido que ni siquiera le molesta que estemos ahí, porque es como si no hubiese nadie”. Por supuesto que en la mirada displicente del hermano está la verdadera medida del triunfo: la idea de que no importa cuánto tratemos, al final todos los seres humanos tenemos el mismo trágico destino, la muerte.
En “Mariposas” y “Pediendo velocidad” Schweblin accede a una prosa casi poética. El primero es apenas una escena en la que un grupo de padres esperan la salida de sus hijas en la puerta del colegio y en cuanto llega el momento estas parecen haber tenido una radical transformación. En el otro, la nostalgia de la vida en el circo se convierte en la metáfora de la lentitud en el hombre bala que comparte los últimos días de su vida con quien encendía la mecha de su cañón: “Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas y la mesa para ayudarse, parando a cada rato para descansar, o para pensar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina y se detuvo”.
La fuerza narrativa de Pájaros en la boca se encuentra en tenue capa de credibilidad que envuelve a lo insólito. Y esta constante de sus cuentos imprime en la obra de Schweblin la forma propia de mirar al mundo que la convirtió en una de las voces más interesantes de la narrativa contemporánea.

 @michiroche

martes, 25 de noviembre de 2014

Los argentinos pondrán la fiesta en Guadalajara

El terruño de Jorge Luis Borges es el invitado de honor de la vigésimo octava edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el festival literario más grande de la comarca de la Ñ y el segundo encuentro editorial de celebración anual en el mundo.
Julio Cortázar será uno de los autores clásicos homenajeados.
Foto: ©FIL Guadalajara
El programa literario propuesto por el país sureño incluirá actividades como el Simposio Internacional Julio Cortázar y la mesa Recuerdos a Bioy Casares ―a propósito de los centenarios de estos autores―, el homenaje al poeta Juan Gelman, así como la participación de más de 60 escritores y académicos en 40 mesas de debate, conferencias y recitales poéticos dentro de las diversas actividades del programa la FIL, entre las actividades culturales relacionadas se incluyen conciertos, exposiciones, cine y teatro desde este sábado 29 de noviembre al domingo 7 de diciembre de 2014.
Entre embajadores de esta diversidad están los escritores Selva Almada, María Teresa Andruetto, Jorge Boccanera, Pablo de Santis, Jorge Fondebrider, Mempo Giardinelli, Noé Jitrik, Martín Kohan, Tununa Mercado, María Negroni, Alan Pauls, Claudia Piñeiro, Sergio Olguin, Hernán Ronsino, Guillermo Saccomanno, Eduardo Sacheri, Juan Sasturain, Ana María Shua y Luisa Valenzuela, tan sólo por citar algunos. Otros autores argentinos que estarán presentes en el evento serán Patricio Pron y Andrés Neuman, ambos residenciados en España.
Diseñado por los arquitectos Horacio Torcello y Enrique Cordeyro, el centro de la propuesta cultural argentina será su pabellón de 1.700 metros cuadrados en los que se desplegará una amplitud de contenidos bajo el lema “Argentina, cultura en movimiento”. Al centro de esta estructura estarán homenajes a los clásicos argentinos desde el siglo XIX hasta lo que va del XXI. Allí mismo una librería permitirá a las editoriales de ese país mostrar sus propuestas, mientras una sucesión de pantallas proyectarán paisajes culturales y en el auditorio adyacente se presentarán conferencias cuya temática irá de lo literario a los derechos humanos.

Leer para conocer Argentina. En el marco de este merecido homenaje, la revista Punto de Partida, editada por el Departamento de Literatura de la Universidad Autónoma de México dedicará un número especial a revisar la narrativa breve en este país. La selección de los autores de hasta cuarenta años de edad incluidos en esta antología estuvo a cargo de Salvador Biedma, editor, escritor y periodista nacido en Buenos Aires en 1979. Biedma dirigió, con Alejandro Larre, una revista dedicada exclusivamente a publicar cuentos de autores latinoamericanos vivos: Mil mamuts.
Con ilustraciones Santiago Caruso, la revista incluye 10 cuentos y la selección tuvo como norte lograr un balance entre autores de prestigio internacional (como Samanta Schweblin) y otros poco conocidos (como Camila Fabbri, la más joven de la antología, con solo 25 años), así como también los provenientes de distintos puntos del país, con estéticas diversas.
La antología viene acompañada por un cuento del cineasta Martín Rejtman y reseñas del libro de cuentos Un pequeño militante del PO de María M. Lobo (escrita por Daniel Gigena) y Un oso polar de Pablo Natale (reseñado por Ivana Romero).
El nuevo número de la revista (fundada en 1966) estará disponible en México desde fines de noviembre. Se presentará el día 30 de noviembre en la FIL Guadalajara, con la participación de Carmina Estrada (editora de Punto de Partida).


Pulse aquí para leer la revista en línea. 

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Schulz: “Una feria va más allá de vender libros”

El sábado comenzará la vigésimo octava edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el segundo evento editorial en el mundo, después del encuentro comercial organizado todos los años en Fráncfort. Esta será la segunda vez en que Marisol Schulz, antigua directora de la Feria del Libro de Los Ángeles (LéaLA), sea la directora general de esta cita a la cual en 2013 asistieron 750.987 personas. Sustituyó el año pasado a Nubia Macías, ahora directora de Planeta México, quien estuvo a la cabeza del equipo que desarrolla la FIL durante buena parte de su historia y ayudó a consagrar a este evento como una de las herramientas más importantes del mundo hispanohablante para la promoción de su literatura.
Marisol Schulz, directora de la FIL Guadalajara.
Foto: ©FIL Guadalajara/Jorge Barragán
Por desgracia, a pesar de la popularidad de la FIL y otros eventos similares organizados en América Latina, las estadísticas de lectura en los países de la región oscilan entre 5 y 2 libros al año por habitante. México, como Venezuela, está entre los países donde los índices de lectura son más bajos, a pesar de que se producen casi 28.000 títulos al año –en Venezuela son unos 4.000–. Tales cifras hacen que este año la expectativas sobre la FIL sean grandes, pues Argentina, uno de los países de la región con más altos índices de lectura, será el invitado de honor. Su delegación estará conformada por escritores, académicos y creadores que llevarán a Jalisco su mejor propuesta en música, artes visuales, cine y teatro. “Ya Argentina nos acompañó en el año 1997, pero ahora hay un cambio generacional importante. Primero, esta feria no es igual a como era hace 15 años. Y, segundo, porque hay nuevos escritores argentinos que podrán venir a la FIL para internacionalizarse”, apunta Schulz sobre las posibilidades que ofrece este país en la feria que se inaugura este sábado 28 de noviembre en Guadalajara y se extiende hasta el próximo domingo 6 de diciembre.
Con 30 años de carrera, Schulz es licenciada en Historia por La Universidad Nacional Autónoma de México y entre otros cargos destaca su gestión en el Grupo Santillana y sus dos años de gestión en LéaLA.

– ¿Cuáles son los desafíos de la FIL?
– Cumplí mi desafío personal en 2013, porque mi intención era que no se notara el cambio de dirección. Esta es una feria consolidada, bien realizada y con decisiones atinadas que se han tomado durante 27 años. Quería que continuara con su misma calidad, para que estuvieran satisfechos los profesionales del libro que se congregan acá, pero, sobre todo, el público. Como fue muy aceptado en 2013 que por primera vez tuviéramos un stand en braile, en 2014,. Continuará y trabajaré con el equipo, no solo para incrementar la presencia de libros en este formato, sino para ver cómo podemos darle la bienvenida a la FIL a gente con capacidades diferentes. Estamos trabajando también para darle más espacio a la novela gráfica.

– En 2013 hicieron énfasis especial en los contenidos digitales.
– Sí. Las nuevas tecnologías en edición se tuvieron que incorporar poco a poco. Ahora no hay casi ninguno de nuestros visitantes que no tenga móvil, tablet o la pantalla de computadora para leer electrónicamente. Nuestro papel es difundir todo tipo de libro y en la FIL hay un peso gigantesco del libro impreso, pero debemos también entender las nuevas tecnologías, porque estas son un otra forma de lectura. Cualquier empresa de gestión cultural debe abrir las puertas a estos cambios, porque es lo que el público demanda. Las propias editoriales ya están diversificando sus catálogos.

– A pesar de lo extendido del uso del idioma castellano, los índices de lectura en América Latina son bajos. ¿Cómo contribuyen las ferias a subirlos?
– De los países Latinoamericanos, México está en un lugar alarmante, pero no es responsabilidad única de la FIL que la promoción de la lectura esté tan bajo. Son 27 años de una feria que ha tenido muchos visitantes. Unos 150.000 jóvenes al año vienen. Con un porcentaje mínimo de ellos que se enamore de un cuento, ya se genera una afición de por vida a la lectura. En los índices nacionales eso no se nota, pero hay una contribución porque los chicos de Jalisco crecieron con la FIL y han venido cada año. Ya hay generaciones de lectores que se han formado como lectores por FIL.

– Viene de dirigir LéaLA, la feria del libro en español de Los Ángeles, California. Es un reto distinto a la FIL Guadalajara.
– Los Ángeles es la segunda ciudad con más hispanohablantes del mundo, después de Ciudad de México, con 12.000.000 de personas. Los Ángeles es, de hecho, la ciudad con más jaliscienses fuera de Guadalajara: 2.000.000 de personas. Si me preguntaras si hay lectores en español en Estados Unidos, yo respondería que el problema no es ese, sino que no hay libros en este idioma. Gran parte de los emigrantes salieron de sus casas sin completar la educación formal en su idioma natal y se ven obligados a entrar en una sociedad donde no entienden el inglés. En cualquier idioma, su índice de comprensión lectora es ínfimo. Debíamos empezar por generar lectores y la mejor manera hacerlo era a partir del idioma materno, el castellano. Luego podrán leer en inglés. Este es el primer matiz: los lectores en castellano como lengua madre en Estados Unidos. El segundo son los hijos de las personas que se fueron, que se educaron en inglés y rechazaban el español. Sin embargo, este fenómeno ha ido cambiando, pues se hace énfasis en la educación bilingüe. De nuevo: si no hay libros en castellano no estamos haciendo nada. LéaLA ofrecía libros en su idioma materno para la gente de la costa oeste de Estados Unidos, pero también sirvió como un evento reivindicativo de su identidad, sus valores y de su idiosincracia: mostró lo que era la identidad latina y generó sentido de pertenencia y orgullo, porque mostró que México no solo se trata de cantantes de rancheras. Adicionalmente, otro mercado que atendió LéaLA eran los estadounidenses que querían que sus hijos aprendieran a hablar español.

– En Venezuela y otros países de la región el movimiento de ferias es intenso. ¿Qué recomendaría a sus gestores culturales?
Las ferias generan lectores, así que deben entender que una feria va más allá de vender libros. Ningún evento así podrá salir adelante si no se asume como un festival de la literatura, un gran festival cultural que ofrece la oportunidad de acercar a los escritores con su público. En la medida en que solamente se piense en la parte comercial, que sí es importante, se pierde una gran oportunidad y no ayuda a subir los índices de lectura.

@michiroche

viernes, 21 de noviembre de 2014

La poesía del insilio de Ramírez Requena

“Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno”.

Andrés Eloy Blanco

He aquí el poeta que escribe para resistir al olvido, para vivir, escuchar y descifrar, en lugar de permanecer en silencio e indiferente. La voz  de Ricardo Ramírez Requena nace para calar en las vidas de otros que también están dispuestos a escuchar; porque sí, la poesía es sagrada, pero también permite, superando el decir común, que el ser reflexione sobre el peso de su cotidianidad.
Maneras de irse
Ramírez Requena es profesor de la Universidad Central de Venezuela, poeta y también librero. Nació en 1976 en Ciudad  Bolívar. Creyente de W.H. Auden, seguidor de Robert Frost, lector de Alejandro Oliveros y conocedor de la leyenda de Tristán e Isolda, “un hombre ahora más parecido al que compulso Vivaldi” , vive y escribe en Venezuela y su primer libro Maneras de irse de la editorial Ígneo, enuncia el sufrimiento, la nostalgia y  la angustia del “insilio”.
El insilio según Fernando Reati, es un exilio interior que experimentan aquellos que aunque no han sufrido la cárcel o el destierro, padecen el terror de regímenes represivos viviendo en una especie de aislamiento e incomunicación. Esta definición hasta los momentos no había cruzado nuestras fronteras, ya que es una realidad que vivió el cono sureño (Chile, Argentina) en la década de los setenta bajo las dictaduras militares. Este estilo literario igualmente se observa en Cuba. Para el investigador berlinés Dieter Ingenscha se debe a la larga duración del proceso revolucionario en la isla y a la salida tardía de ciertos autores y críticos del país o del armario ideológico o personal. “Por el insilio optaron muchos intelectuales del franquismo, del Tercer Reich, de todas las dictaduras del mundo”.
En Maneras de irse, el poeta revela  ese exilio interior, el cansancio de un hombre en un país que lee en su rutina “una gran calcomanía que anuncia este local no cancela seguro social”, donde su gente no se mira, se detesta y un individuo “duerme sus soledades de cada noche”, evocando así una época y una naturaleza de venezolanidad en el poema  Taguaralia: “Hay un televisor pasando Sábado Sensacional, mudo, / con Amador  Bendayán entero; una radio en donde / suena Toña La Negra”.
Donde dice sentirse como  un extraño y concluye que todos están muertos y que en alguna parte de su vida los vio, los conoció, pero ahora no pertenecen a su mundo: “Terminas la cerveza y te levantas, dejas el dinero / y haces que vas al baño. «No hay agua», dice / el letrero. Bajas la cabeza y al salir, sabes que nadie te mira. / Como si no pertenecieras ahí, y no hubieras / bebido y pagado tu cerveza”. Esa es una de las características del insilio, sentirse enajenado, estar en su propio país en calidad de desterrado.
El autor manifiesta la incertidumbre y el desaliento  en su poema "Velares", detallando un capítulo de la  historia política contemporánea, el Golpe de Estado del 11 de abril de 2002: “Plaza Venezuela es una/ zona de humores en donde privilegia el rostro del / derrotado”,  sin asumir en ningún momento un rol de panfletario sino  de testigo del miedo, de “la obstinación y tristeza” de una parte  de los ciudadanos: “Completas: se sabe de protestas esta noche. / Hay órdenes dadas por quien gobierna. / Se anuncian horas complejas. Una amiga en Barcelona me llama / preguntándome que sucede ( Ha tenido taquicardias). / Correos desde Brisbane, San Francisco, Aberdeen, / París. El dolor de una polis se trasmite a las demás”. De igual manera subraya la desesperación y la frustración de su gente: “Quieren apelar a las armas aquellos que nunca han / tomado alguna. / Se siente el miedo en esta noche / callada (no hay fiesta en los edificios continuos)”.
Un elemento central de esta poesía es el sentido de pérdida, un ejemplo se lee en Postal desde Rajatabla donde  enseña una realidad desmantelada: “Entenderás que esto no es lo mismo que 1999. Es la /  más leve de sus sombras. En ese año, aquí en el café / Rajatabla, en el Ateneo de Caracas, hoy también de / despedidas”.
Establece su crítica sobre la sumisión de quienes se acostumbran al dolor de las despedidas, al odio y a la desesperanza: “Felices borregos, ya vestimos nuestras formas finales, / y escuchamos el silencio de los gallos y el silencio / de la dicha, las rabias, pulidas a destiempo, /  los ecos olvidados. / La lucidez es negra y negra ha sido en este tiempo / que acatamos”.
Quien lea el libro conocerá que está expuesto un hombre con sus miedos, con su rutina y pasos alertas mirando a todas partes, pero también se acercará a la valentía de quien  pone el rostro contra el viento, cuando observa y se hace parte de las protestas y el ruido de la decepción de una juventud que marcha con pasos consecuentes en un “tiempo inconsecuente”: “Por momentos las angustias, la quincena corta, / el giro del carro quedan atrás: solo tenemos una calle sin final”.
Ramírez Requena, piensa en el exilio, lo roza, lo encara, nombra  aeropuertos del mundo. Habla con su esposa Blanca sobre Chile, Praga,  Barcelona, Turín. Pero lo hace desde Venezuela, desde el insilio, desde la tristeza  de quien cree que mejor es irse y  visitar a la familia tal vez en diciembre o para tomar una consulta con algún médico y guardar mientras tanto un cuadro de El Ávila “en Berlín, en ciudad de México, en Liverpool”.

Diosce Martínez
@Dioscemartinez

jueves, 20 de noviembre de 2014

Dinero para sobrevivir

El fin de 2014, este año que tan difícil ha sido para Venezuela, ha traido buenas noticias para su literatura. Una de ellas tiene forma de libro. Por fin llega las librerías la segunda obra de Hensli Rahn Solórzano. La primera, Crónicamente Caracas resultó mención publicación en la sexta edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana en 2008 y demostró la calidad de la fibra narrativa de su autor. Desde entonces, este caraqueño nacido en 1982 se ha dedicado a su pasión central: la música, a pesar de que la escritura siempre ha estado allí, como una deuda latente con su creatividad. Un rosario de galardones a sus narraciones breves, ensartados uno tras otro, lo delatan. Así, son prueba de esta afición el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores, en 2010; el primer lugar en la novena edición del certamen de narrativa breve organizado por la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela y, el más reciente, su clasificación este mismo año como finalista del Concurso de Cuentos del diario El Nacional.
Dinero fácil
Dinero fácil, su colección de narrativa breve que edita Libros de Fuego, presenta once relatos de empresas vertiginosas que rayan en la crónica. Allí los mismos personajes saltan de unos a otros cuentos como para demostrarle al lector que el mundo, incluso el de la ficción, es mucho más pequeño de lo que piensa. La historia del cantante de música llanera, Serafín Silva –“si el destino te quiso para cantar joropo”, dice el coplero en el texto: “dile adiós a la vida porque se te gastó en una prueba el sonido”–; un par de hermanos que emprenden lo que creen un fraude perfecto y pierden las ganancias por culpa de “una tomba de la PM”; el diario de un viaje a través de Venezuela anotado en clave de gasolineras sobre una libreta Moleskine; la historia de los últimos polvos de un holandés septuagenario – que “tenía lustros resintiendo la experticia de las putas adolescentes”– y las aventuras de dos hermanos que tenían a “la negrura” por hogar, son algunas de las historias que se ensartan en este video en cámara lenta de aquella Venezuela de los años noventa, antes de que las historias de barrio y pobreza, como la frase tautológica “vivir viviendo”, se transformaran en la consigna política de una revolución hueca.
Los juegos de la adultez y los de la infancia se tejen entre estos relatos como si fueran los planos y contraplanos de una película de acción hollywoodense, para mostrar que lo placentero y lo siniestro son las dos caracas de una misma cotidianidad. Esas acciones, además, ocurren en el ambiente urbano y desordenado que marcó el fin de siglo –y que aún, por desgracia, Venezuela no ha superado–.
Tales acciones están subrayadas por el lenguaje cotidiano de las calles atestadas de personas, cada cual con miles de problemas diferentes que van friéndose al calor del sol tropical y habitando la violencia de las ciudades con la misma naturalidad que las cruentas historias televisadas. “Mi mente se puso al rojo vivo. Sangre bajó de las paredes. Oí un taladro de risas desquiciadas. Bemba entonces hizo el viejo truco: habló de Cine Millonario. (…) Trabado de la arrechera, me puso a maquinar el cerebelo y ahí fue que me calmé”, escribe Rahn Solórzano en el cuento “El más allá” como el método infalible que un niño evita que su amigo entre en una pelea: hablando de una película de la TV.
El lenguaje y las alusiones a la cultura audiovisual construyen el aparato simbólico de la comunicación de los personajes de este autor varias veces incluido en antologías de narraciones breves. “Las aceras estaban subrayadas por charcos verdes. El mismo mutágeno de donde salieron las Tortugas Ninja. Provocaba meter una vara y licuar aquella locura de algas con burbujas para ver qué salía. Ni se te ocurra tocar eso. Mi madre me había regañado por anticipado en uno de sus odiosos chispazos de clarividencia. La mandé al diablo también. Revolví la nata verde con un pitillo que encontré tirado por ahí. Le di bandera hasta que dije epa jey”, escribe en el relato “Río Chico 1994”, sobre la pérdida de la castidad de dos adolescentes, que para empezar nunca fueron inocentes.
Más allá del colegio y la calle oscura, sus personajes tienen como referencia a la televisión, una en la cual la programación de Venevisión o RCTV seguía siendo la referencia obligada. Por esa razón uno de sus cuentos, “Pesadillas de Bill” relata lo que perfectamente pudo haber sido una película transmitida por el segmento Cine Millonario de Venevisión hace veinte años. Y es justo en ese cruce entre lo coloquial y lo cotidiano, con el añadido de ribetes audiovisuales, lo que distingue la prosa de Rahn Solórzano en la fértil generación de autores venezolanos contemporáneos menores de 40 años.

@michiroche

martes, 18 de noviembre de 2014

Shua: “En los cuentos me siento más cómoda”

El lugar del que nace la inspiración, qué anécdota pude comprimirse en lo que Julio Cortázar llamaba el “efecto knockout” del cuento o se extiende de forma indefinida en los meandros argumentales de la novela es un misterio incluso para los escritores. Para la argentina Ana María Shua saber qué es exactamente lo que le importó de una anécdota como para obligarla a sentarse frente a la computadora días, semanas o meses enteros hasta terminar un libro es un misterio, a pesar de que tiene 30 años dedicados a ello.
Ana María Shua
Cortesía FIL Guadalajara/Marte Merlos
Pero, en el caso de su libro galardonado con el Premio Nacional del Libro en su país, la metáfora del circo como el microcosmos de los vicios humanos y de los monstruos de la imaginación fue, más que la fuente de inspiración, el motivo de una obsesión. El resultado fueron centena y media de microcuentos que se pasean por los oficios del circo, sus freaks, los animales y hasta la crónica del pasado de uno de los géneros más importantes del espectáculo. Algo hay allí, entre las carpas, que la llama. En los primeros cuentos brevísimos de Fenómenos de circo, Shua compara la escritura con la creación de ficciones. “Hago malabarismos con los verbos, camino por la cuerda floja de una sintaxis riesgosa. En medio de contorsiones extremas, azoto con mi látigo las palabras hasta obligarlas a saltar por los aros de fuego de un sentido inesperado”, escribe en el relato enano “Introducción al circo”, obra que es un micro seminario sobre la escritura breve.
El lector sentirá que el circo, más bien se ha instalado fuera de las carpas, en la vida cotidiana, como parece notarlo la también autora de libros para niños en “Otra fantasía circense”, en donde escribe: “Acosados por los ojos ciegos de las cámaras que en todas partes nos acechan y nos registran, somos los artistas y también el público, actuamos y nos aplaudimos simultáneamente”.
La trayectoria de Shua es mucho más extensa y va más allá de la microficción. Esta autora, nacida en 1951 y traducida a nueve idiomas, no solo ha escrito cinco libros de microcuentos y otros tantos de relatos más extensos, entre ellos Miedo en el sur, que obtuvo el Premio Ciudad de Buenos Aires, sino que también es autora de novelas galardonadas. En 1980 ganó con su novela Soy Paciente el premio de la editorial Losada. Otras novelas suyas son Los amores de Laurita (1984), El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim, 1994) y La muerte como efecto secundario (Premio Club de los XIII 1997) y El peso de la tentación 2007).

¿Cómo ha evolucionado su concepción del trabajo narrativo en estos años?
– Cada vez es más difícil escribir, porque a uno le pesan los libros que llevas ya escritos, que los cargas sobre el lomo. Siento que hasta este momento ya escribí lo que tenía que decir y cada vez me resulta más difícil reencontrarme con una voz original dentro de mi misma.

– ¿Qué prefiere escribir: cuento o novela?
– En los cuentos me siento más cómoda, pero me parece que nadie se siente cómodo en la novela ni los novelistas más natos y más prolíficos. Lo que pasa es que en la escritura de una novela hay dos partes. La primera etapa, la de la invención, me parece que es verdaderamente dolorosa. Es la primera versión que uno sufre porque se tarda mucho tiempo y es un proceso lento en el que uno va acumulando borradores desagradables de los que no está orgulloso. Pero la segunda etapa lo justifica todo y este momento es cuando uno ya tiene todo ese material en bruto y se dedica a convertir eso en literatura y eso es lo hermoso de la novela.

– Con la proliferación de los concursos de cuentos, las revistas y, más importante aún, la entrega en 2013 del Premio Nobel a la cuentista Alice Munro, ¿piensa que el cuento vive ahora un buen momento en estos años?
– No creo que tenga gran influencia en el mercado. El cuento no es un género rechazado en el mercado pero sí uno en el que hay menos publicaciones. Creo que es importante señalar que si alguna innovación trajo Alice Munro al cuento es hacerle un tratamiento a este como si fuera el de una novela, ocupándose de la psicología de los personajes. Sus cuentos, de hecho son largos, como no los hay en idioma español.

– Se discute la idea de una narrativa femenina, ahora que están publicando más que hace 50 años las mujeres, pero hay muchas que la rechazan ¿Qué cree de esto?
– Sí existe una literatura femenina pero no necesariamente la escriben las mujeres. Un escritor tiene que poder escribir desde el punto de vista de una mujer, un hombre, una tortuga o una piedra. Y, de hecho, a un dramaturgo o a una dramaturga nunca le preguntan cómo hace para ponerse en el lugar de uno de los personajes que no coincida con su género porque en el caso de un dramaturgo es obvio, pero asimismo debería ser un obvio cuando nos referimos a un cuentista o a un novelista. Un escritor debe poder mirar el mundo desde cualquier ángulo. Yo tengo novelas que son fuertemente femeninas como Los amores de Laurita y otras dos: Soy paciente y La muerte como efecto secundario, que están contadas en primera persona, desde la perspectiva de un hombre. Una de ellas participó en un concurso donde ninguno de los cinco jurados pensó que eso había sido escrito por una mujer.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Ricardo Ramírez Requena ganó el Transgenérico


Ricardo Ramírez Requena
Cortesía Amigos de la Cultura Urbana

Ricardo Ramírez Requena ganó la décimo cuarta edición del Concurso Transgenérico, auspiciado por la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana, con el manuscrito Constancia de la lluvia. Diario 2013-2014, firmado con el seudónimo de Ismael da Silva.
El veredicto señala que la obra del poeta nacido en 1976 es “un extraordinario experimento textual, donde se combinan con fluidez e intensidad las claves formales del diario literario y la novela distópica”. El jurado estaba conformado por Gustavo Valle, Rodrigo Blanco Calderón y Alejandro Oliveros y llegaron a esta decisión por unanimidad. Destacaron también que la obra permite “reconstruir las vicisitudes de  un sujeto signado por la lectura y la escritura como experiencias vitales, cuyo cable a tierra son las tribulaciones de un país que se despliega como escenario trágico y las condiciones que le impone el padecimiento de una enfermedad crónica. El cuerpo humano y la realidad social se revelan así, de manera magistral, como la circunstancia y el espacio que hacen posible, y a la vez amenazan, el registro de la vida”.
Ricardo Ramírez Requena acaba de publicar el poemario Maneras de irse que fue finalista del I Premio de Poesía Eugenio Montejo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

La ironía y la revolución silente

El absurdo cínico que navega entre las corrientes de la ironía y del pesimismo es el estilo que marca La fiesta de la insignificancia (2014), la novela con la cual Milan Kundera sale de 14 años de mutismo. “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia”, declara Ramón, uno de sus cuatro protagonistas: “Está presente incuso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias”. El tino descarado con el que Ramón interpreta lo que ocurre a su alrededor –e, incluso, la historia– contrasta con la pasividad de Alain, obsesionado con el ombligo femenino y con el coito que lo hizo nacer en el seno de un matrimonio fracasado.
La fiesta de la insignificancia
El tercer amigo cuyas anécdotas banales construyen el argumento del libro es Calibán, un actor fracasado que para no aburrirse se hace pasar por un camarero Pakistaní en las fiestas a las que lo invita Charles. Además de ocuparse de ciertos servicios de catering, este cuarto personaje es un dramaturgo que quiere hacer un teatro de marionetas con una historia sobre Iósif Stalin que ha leído en las memorias de Nikita Jrushchov. Fiel al juego de chanzas cruzadas que ha construido el cuarteto, Charles se resiste a recrear la anécdota en una pieza teatral con actores. “Sería un engaño si esa historia de Stalin y Jrushchov la representaran seres humanos”, explica el comediante: “Nadie tiene el derecho de simular la restitución de una existencia humana que ha dejado de ser. Nadie tiene el derecho de crear un hombre a partir una marioneta”.
Según narra el sucesor de Stalin en las memorias que tanto entusiasman a Charles, el líder ruso cuenta a los miembros de su séquito un chiste sobre 24 perdices del que nadie se ríe. Parece que el logro de 30 años de dictadura en la Unión Soviética fue que sus ciudadanos perdieran el humor. Y sobre esto reflexiona el propio Stalin, cuando reprende a sus camaradas porque no entendieron el significado de su broma. Se lamenta de que “en aquella ensoñación que el mundo entero tomó en serio” lo haya sacrificado todo, incluso a sí mismo. El lector entiende que la “ensoñación” es el comunismo.
El sistema político que la Unión Soviética quiso elevar a organización transcontinental se articuló puertas adentro de sus fronteras como un régimen donde el partido gobernante concentraba a todos los poderes estatales e intervenía en todos los ámbitos de la vida pública y privada de los rusos. ¿Y qué permitía que se sustentara este totalitarismo? La voluntad del líder. El caos de las “tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta”, según propone el Stalin de Kundera, solo puede ordenarse imponiendo “a todo el mundo una única representación”. Y añade que esta forma solo se puede imponer gracias a “una única voluntad, una única, inmensa voluntad, una voluntad por encima de todas las demás voluntades”… La suya.
Conocedor de las injusticias del régimen totalitario de izquierda que empobreció a Checoslovaquia durante  más de cuarenta años, el autor nacido allí en 1929 ha construido en sus obras una arquitectura de la ironía cuyo objeto es desmontar el discurso totalizador y la grandilocuencia del autoritarismo. El poder subversivo de la risa es el hilo argumental de sus obras desde las primeras hasta la más reciente. Así como en La fiesta de la insignificancia los cuatro amigos ancianos se burlan de la muerte o Stalin entiende que su suprema voluntad ha borrado la de sus acólitos, en su primera novela, La broma (1967), la vida de un joven en la Checoslovaquia comunista queda arruinada cuando le escribe a una novia un chiste que comienza con la frase “El optimismo es el opio del pueblo” y que intercepta la policía política.
Pero no solo en el argumento de sus obras el chiste y la ironía son la regla, también lo son en su estilo. Lo que Kundera alcanza con la estética de la ironía es más contundente que lo que otros logran con el realismo exacerbado o la denuncia descarnada. Eso hace revolucionaria a su escritura. La risa en sus obras nunca es ligera, promueve una posición política compleja, polisémica e indefinible que subvierte los discursos totalitarios. El estilo de sus textos contradice las convenciones del mundo igual que las anécdotas que narra van contra la realidad; así, Kundera acaba con los absolutos cómodos y tranquilizadores que proponen las visiones unívocas de la realidad.
Si a la ironía como figura retórica que dice una cosa pero significa otra, además se le añade la voz que el autor proyecta desde su senectud, subrayando problemas sin proponer soluciones, el tono de la novela es pesimista, a pesar de su estilo ligero y de sus anécdotas banales. Esta posición viene de la convicción que tiene Kundera de que nada puede ya cambiar el curso de la historia. A esta triste conclusión llega el personaje de Ramón: “Comprendimos desde hace mucho ya que no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia delante. Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en serio. Pero me doy cuenta de que nuestras gracias ya perdieron todo su poder”. Si es imposible cambiar nada, entonces lo mejor es reírse de las desgracias.

@michiroche

(La versión original de esta reseña apareció en el blog del Banco Banesco y puede leerse en este link: http://blog.banesco.com/rse/ )

jueves, 6 de noviembre de 2014

El futur(ism)o sin pantalones

Prohibido entrar sin pantalones, 2013
Todo en Vladimir Vladimirovich Maikovski era impostura, incluso su muerte, que él mismo produjo como si fuera para una de sus películas. Pero cuando se pegó un tiro a las 10:15 de la mañana del 14 de abril de 1930, siete años antes de que comenzara la gran purga estalinista, Rusia no perdía solo a un poeta crucial de su tradición vanguardista sino que inauguraba la etapa del arte soviéticamente correcto, el de la “verdadera” revolución. Ese es el drama que subyace dentro de la novela de Juan Bonilla, Prohibido entrar sin pantalones
La ganadora de la primera edición del Premio Mario Vargas Llosa cuenta la vida azarosa y polémica de Maiakovski, el poeta, dramaturgo y artista plástico que encarnó la vanguardia literaria de Rusia a través de su rabiosa defensa del futurismo durante la Revolución y los primeros tiempos de la Unión Soviética. A pesar de sus largas oraciones y de los párrafos que a veces toman varias páginas, el argumento de esta novela –cuyo título es un juego de palabras con el libro más celebre del poeta, La nube en pantalones (1915)–, está en constante movimiento como si quisiera imitar, extendiéndolos sobre 378 páginas, la obsesión con la celeridad que abraza a todos los postulados del futurismo.
El gran dilema de la crítica marxista, aunque puede argumentarse que lo es también de todos los artistas, es qué significa el arte y cuánto de revolucionario puede encontrarse en las estéticas del individualismo o la del (llamémosla así) “colectivismo”. Maiakovski, por desgracia para él, era de los individualistas en el peor momento para serlo, a pesar de que militó en el comunismo desde la adolescencia. La fascinación por la electricidad que fue el gran acontecimiento de su niñez, lo llevó a interesarse por el futurismo italiano. “El futuro exigía poesía fónica, exigía libros distintos, con fotografías coloreadas, con intervenciones de un artista”, añade el ruso como definición del movimiento. Como Filippo Marinetti, el fundador del futurismo, el poeta ruso nada sagrado reconocía en lo pretérito y, por eso, pretendía un arte que reconstruyera el mundo a partir de las noveles posibilidades de la sociedad industrial de masas.

Más que la apariencia del arte. Décadas después de apagarse la última máquina futurista, el alemán Herbert Marcuse en su ensayo La dimensión estética (1977) explicó que el arte funciona como la consciencia de la sociedad y es la única expresión que puede triunfar donde la religión y la filosofía han fallado. Así Maiakovski, como Marcuse, pensaba que la contribución del arte a la lucha por la liberación estaba en la forma estética, como un todo autocontenido representado por un poema, una novela o una obra de teatro y que la verdad del arte estaba en su poder para romper el monopolio de lo establecido. Esto no lo entendieron los compatriotas revolucionarios de Maiakovski, interesados como estaban por llegar a la última fibra del campesinado. El líder de la armada roja, Leon Trotski, por ejemplo, se quejaba de que “sus sentimientos subconscientes hacia la gran ciudad, la naturaleza, el mundo entero, no son los de un obrero, sino los de un bohemio”. Y he allí otro drama del poeta: haberse “elevado desde la bohemia a la revolución”, en un momento en que esta demandaba, según los soldados y los políticos que estaban por todas partes, no interpretaciones polifónicas de la realidad sino lecturas homogeneizantes de la novedad; no artistas sino artesanos. “El tono cínico e impúdico de sus imágenes procede del cabaret, del café, de la vida solazada de los artistas de antes de la guerra, pero su carácter dinámico y su arrolladora energía hacen que su poesía esté más cerca del carácter dinámico de la Revolución que de los hechos y episodios propios de la revolución”, concluye en la ficción escrita por Bonilla Trotski, quien, al final, también fue un teórico marxista.
Como ocurrió con sus contemporáneos rusos, el retrato que hace de Maiakovski el también autor de Los príncipes nubios (Premio biblioteca Breve, 2003) se pierde en la polémica personalidad pública del protagonista. Así, Bonilla describe al autor ruso como alguien que “prefería siempre hacer mil cosas antes” de leer y que “en cualquier caso prefería leer aquí y allá, saltar de una cosa a otra, una novela era un calvario, un ensayo, una cueva donde no iba a tener más remedio que echarse a dormir”. No dudo que Maiakovski proclamara que leer le aburría, pero no creo que nadie pueda producir una obra literaria valiosa sin ejercitar el tipo de introspección ilustrada que solo dan los libros. El retrato de la vanguardia que hace Bonilla está en la misma onda que el construido por Carlos Granés en El puño invisible (Premio de Ensayo Isabel Polanco, 2011), como si lo único que quedara de aquél movimiento –que revolucionó, más que el arte, la manera de ver al mundo– fuera su proclamación del hedonismo.
Si bien las largas exposiciones que Bonilla adjudica a Maiakovski suelen perder al lector y el retrato del protagonista se limita a sus facetas más polémicas –no dudo que hasta el más avant garde tenga momentos conservadores, pues es en la lucha contra estos donde se forma su carácter– en su discusión sobre la función social del arte es donde se encuentra el valor de Prohibido entrar sin pantalones, pues la pregunta que queda cuando el lector cierra por última vez el libro es qué tipo de arte es más útil para la lucha contra las desigualdades sociales: el que rompe con el status quo o el que describe la situación de los menos favorecidos.

@michiroche