miércoles, 27 de mayo de 2015

Cordoliani está en tiempo de ratas

Tiempo de ratas frías y otras historias es una antología personal de Silda Cordoliani. La confección de esta colección de relatos está hecha por la persona que los escribió y no por un editor. Y he aquí lo primero que el lector debe atender al leer estos relatos: es la hoja de ruta, el recorrido que la propia autora nos propone sobre su obra, su poética y su dicción. Así, en primera instancia el libro plantea un juego de miradas: la que ofrece su autora sobre sí misma y la que articulará el lector con su propio recorrido. No pretendo entrometerme ni sugestionar el resultado de ese camino que cada quien emprenderá, lo que me interesa destacar es el carácter personal y cercano que, de entrada, envuelve a este libro. Pensemos un momento en el gesto de la antología personal y lo que implica: el proceso de revisión del propio autor, de autovaloración, de corrección, de crítica, de selección. Escribir, ese vicio solitario, como lo llama Héctor Abad Faciolince, y todo lo que ello implica, se mezcla con el de la relectura de lo escrito. Y he aquí su resultado, en este libro. Y al lector le corresponde acercarse a la trama íntima de su confección.
Ahora bien, como dije antes, no pretendo ni quiero mediar en ese encuentro de miradas, en esa lectura única y personal de cada lector; entonces, voy a dar algunos datos, a modo de intriga que sirvan de invitación a su lectura. Les diré de algunos hilos que unen los textos de Tiempo de ratas frías y otras historias.
Tiempo de ratas frías y otras historias
El itinerario personal de Cordoliani está compuesto por 18 cuentos, 18 historias que envuelven a mujeres, que dicen de mujeres, mujeres de distintos tipos pero todas alejadas del imaginario lugar común de la hembra guerrera o de ánimo varonil o de la hembra frágil y desvalida. Ni heroínas ni víctimas. Son mujeres que habitan en la ciudad o en el interior, que comparten el devenir de la cotidianidad. Y aquí me detengo un momento, estos relatos de Cordoliani tienen la virtud de juntar en un mismo espacio el imaginario de la ciudad y de lo rural, del pueblo; algunos de sus personajes y de sus mujeres se enfrentarán a esta dicotomía y el acontecer de sus historias, y en algunos casos el mundo interior de estas mujeres, estará marcado, asociado a ese ambiente.
“¿Quién no sabe que en los pueblos se resiste la soledad y el desamparo a costa de las historias de los otros, es decir, de las miserias ajenas?”, se pregunta la mujer de “El sonido en lo alto”, y eso es lo que hará el lector con este libro, asomarse a las historias de las otras, en unas miserias que quizás no le resulten tan ajenas. Para ser más precisa, debo decir que el lector irrumpirá en las historias de estas mujeres porque en realidad ninguna comienza, todas están en proceso, desde la primera línea estos relatos están siendo. El lector llegará en medio de una escena, interrumpirá un suceso, se encontrará ante una pregunta, se entrometerá en algo que venía sucediendo y le tocará ponerse al corriente de los sucesos. El lector deberá armar rápidamente el rompecabezas, llenar huecos, atajar vacíos, atender a lo no dicho y a lo que se sugiere entre líneas.
La forma de contar se sostiene en una absoluta austeridad, lo que imagino debe haber implicado un disciplinado ejercicio de despojo, revisión y poda. Los narradores de Tiempo de ratas frías y otras historias, que en su mayoría son mujeres, van al grano y hacen uso de la economía de medios, recursos y palabras. No hay excesos, todo está en su justa medida: las descripciones, los diálogos, los flashback, las elipsis. No esperen entonces, una narración complaciente, el lector deberá prestar mucha atención y estar listo para completar y articular las historias, para (re)crear la anécdota de cada uno de los cuentos de esta antología.
Los relatos de estas mujeres o sobre estas mujeres, no son historias felices pero tampoco son trágicas. Son una suerte de retratos sepia de la vida, del cotidiano. Y estos retratos sepia nos hablan de la memoria, de la identidad, del viaje, de la muerte, de la nostalgia, de la pérdida, de la soledad, del amor, del desamor, de la añoranza y de desencuentros. La fidelidad y el tono de esos retratos se logra desde un elemento fundamental: la distancia. En la narración no hay apego por lo que se cuenta, no se juzga, no hay sentimentalismo, no se toma partido; esos retratos son así, estas son sus historias sin adjetivos, sin adverbios. Sin sumar ni restar. La voz que relata está allí para eso: para contar, para decirnos de la vida.
Una de estas mujeres, la del cuento “Océano”, dice en algún momento, para sí misma: “Así debería ser la vida, con el mismo paisaje hacia adelante y hacia atrás, derechita y bien pavimentada, sin sorpresas, sin zozobras, sin posibilidad de pérdida, como esta vía que conocí con él…”. Pues bien, Tiempo de ratas frías y otras historias, este libro, sus mujeres y sus historias se encargan de mostrarnos que la vida, precisamente, no es como el anhelo de la mujer de “Océano”, que la vida es un paisaje cambiante, con una vía choreta y destartalada, llena de sorpresas, zozobras y pérdidas. Esa es la vía que nos toca transitar. Y es la que busca recorrer el libro.
Dejo estos hilos para que cada lector abra la puerta del mundo de la prosa, de las ficciones de Silda Cordoliani, una “narradora sutil –como señalaron Carlos Pacheco, Miguel Gomes y Antonio López Ortega– con gran capacidad para evocar y rememorar, de gran dominio instrumental”; aquí la invitación a acercarse a una “cuentística que escarba permanentemente en la intimidad de seres que están relacionados de una u otra manera”, que apuesta a los mundos interiores, “en un esfuerzo por inventar el ser, más que inventariarlo”.

@diajanida

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