martes, 12 de mayo de 2015

Manuel Moyano y la “escritura parcial”

“Mi vida puede resumirse en dos frases. Ya he gastado ambas”, escribe Manuel Moyano en su microcuento “Laconismo”, publicado, junto otros 99 de ese género, en el libro Teatro de ceniza, del año 2011.
Lo bueno de esas frases es que no son autobiográficas. La vida de este autor nacido en Córdoba en 1963 son muchas vidas a la vez, puesto que –a pesar de que se graduó en la universidad como ingeniero agrónomo– ejerce con igual desparpajo el oficio del narrador en distancias largas, breves y brevísimas, el sesudo autor de ensayos de corte antropológico y ese, que parece menos divertido, de funcionario del ayuntamiento de Molina de Segura en la sección de cultura.
Manuel Moyano
Cortesía Festival de la Lectura de Chacao
A sus 51 años de edad ha publicado 11 libros –2 novelas, 3 colecciones de relatos, otra de microrelatos y 5 de ensayos–, pero para Moyano no es suficiente: se asume como un escritor parcial. Y eso que quedó como finalista en el más reciente Premio Herralde con su segunda novela, El imperio de Yegorov. La obra está compuesta de varios textos en los cuales una expedición de antropólogos a Oceanía hace más de medio siglo abre paso a una intriga de aventuras y espionaje contada por entradas de un diario, recortes de periódicos e informes oficiales. “La antropología siempre me ha impresionado, puesto que me gusta observar las diversidades entre culturas y, a la vez, las similitudes que pese a todo hay entre todos los hombres. Me interesa descubrir en qué medida la cultura puede modificar el comportamiento”, señala el autor de El experimento de Wolberg (2008).

La plenitud de lo parcial. Es interesante que Moyano se describa como autor “parcial”, que no “vive de escribir”, puesto que no puede decirse que sea un autor a medias ni improvisado. Además del reconocimiento de Anagrama, ganó un reconocimiento con su primera obra de narrativa extensa, La coartada del diablo, el Premio Tristana de Novela Fantástica (2006) y el premio Tigre Juan a la mejor primera obra narrativa en 2001, cuando casi llegaba a los 30 años, por la colección de relatos El amigo de Kafka. Tampoco puede decirse que descubriera la escritura tarde, porque a los 17 años ya había comenzado con esa costumbre. Entonces leía a Isaac Asimov y Julio Verne y para él escribir era sinónimo de plantear aventuras. “No pensaba en el estilo”, cuenta como quien revela su primer gran hallazgo profesional: “Cien años de soledad fue para mi una novela bisagra, puesto que pasé de solo interesarme en qué se contaba en los libros a interesarme por la manera en que se escribe”. Allí comenzó un deslumbramiento con los hispanoamericanos que lo llevó a conocer autores como Mario Vargas Llosa, Julio Garmendia, Carlos Fuentes, Bioy Casares, Mario Benedetti, entre otros: “Entonces me planteé escribir como una forma de arte, pero aún así, desde ese momento hasta que publiqué mi primer libro, todavía pasaron 17 años”.
Si Moyano dice que es un escritor parcial es por su humildad: no vive de escribir para no tener que administrar elogios ni preocuparse mucho por cualquier cosa que no sea el disfrute de la escritura. Por eso el mercado no ensombrece la bella fantasía de originalidad y mesura que es el rasgo de sus cuentos, tanto en los breves como en los brevísimos –a los cuales, por su intensidad, asume como las obras narrativas más próximas a la poesía.

El paseo sobre un meteoro. En Molino de Segura, la ciudad de unos 60.000 habitantes al sureste de España, donde vive Moyano, cayó en 1858 un meteorito en cuyos efluvios los promotores culturales de la región han querido ver el origen de cierta ebullición de escritores nacidos o residenciados en esa cuidad cercana a Murcia, a pesar de que más allá de ser coetáneos no exista un ethos ni inquietudes comunes entre ellos. Para honrar esta feliz casualidad literaria, hace casi un lustro se inauguró el Paseo de las Letras en el Parque de la Compañía, con una decena de placas al estilo Hollywood –pero que en lugar de estrellas tienen un asteroide dibujado– dedicadas a los autores más célebres de la localidad; los nacidos en Molina de Segura, como Lola López Mondéjar (1958), Paco López Mengual (1962) y Lorena Moreno (1992), y los residenciados allí, como Elías Meana (Salamanca, 1946),  Pablo de Aguilar González (Albacete, 1963), Rubén Castillo Gallego (Blanca, 1966), Jerónimo Tristante (Murcia, 1969), Marta Zafrilla (Murcia, 1982) y el fallecido Salvador García Aguilar (Rojales, 1924 – Molina de Segura, 2005). Moyano mismo pertenece a este grupo. “Hay una cierta desproporción entre el número de habitantes y la ebullición literaria del lugar”, bromea y añade que cuando les visitan escritores reconocidos –Almudena Grandes, Juan José Millas o Fernando Savater– el ayuntamiento tiene la costumbre de investirlos de asteroides honorarios.
Como en el caso de El principito, que tiene su propio planeta y que mira desde este lo más bonito de la tierra, Moyano tiene su propio asteroide desde el cual mira la literatura. Y, quizá, en esas dos opciones sí que le gustaría completar su escritura.

@michiroche

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