lunes, 29 de junio de 2015

Zambra : “No me siento apegado a una idea de obra”

Alejandro Zambra abre la reja de su casa en el barrio santiaguino de La Rosa y nos miramos con medias sonrisas. Avanzamos hacia la sala y yo intento llenar el silencio con palabras, aunque pronto callo; me encuentro en un santuario. Me reciben una sala breve, un cuarto a la derecha, la diminuta cocina. Iluminada por una ventana veo la biblioteca abarrotada de libros y frente a ésta el escritorio donde ha pasado toda la mañana trabajando. No encuentro visible ningún bonsái, pero me da vergüenza preguntar. Vive entregado a la literatura y contra este monje y yo vengo a cometer el acto fatuo de arrancarlo de su escritura.
El autor comenzó a conocerse fuera de chile desde 2006 cuando publicó Bonsái. El libro que acaba de publicar, Facsímil (2015) es tan híbrido que los críticos no se deciden a clasificarlo de novela: A partir de la estructura de la Prueba de Aptitud Verbal, aplicada en Chile hasta 2002 a los postulantes a las universidades, Zambra crea una obra donde los relatos conviven con fragmentos líricos y otros ejercicios de lenguaje.
Alejandro Zambra
Foto: Mabel Maldonado
Bonsái relata la vida de Julio, un escritor frustrado que se ha enterado de la muerte de una novia de su juventud. “Esta es la historia de dos estudiantes aficionados a la verdad, a dispensar frases que parecen verdaderas, a fumar cigarros eternos, y a encerrarse en la violenta complacencia de los que se creen mejores, más puros que le resto, que ese grupo inmenso y despreciable que se llama el resto”, escribe en su ópera prima. Como en su primera obra, en La vida privada de los árboles (2007) también hay una mujer que falta: Verónica. Tarda toda la noche en regresar, mientras su hija, Daniela, se queda con su segundo esposo, Julián. Este profesor cuya verdadera y constantemente aplazada vocación es la literatura distrae a la niña con cuentos de árboles mientras adivina qué pasó. “Se escribe siempre el mismo libro y si cada publicación es distinta es porque uno va cambiando día a día”, dice Zambra y añade que si bien ya no podría escribir Bonsái se sigue fijando en las mismas cosas, así que de alguna manera todas sus obras están relacionadas: “Hago una literatura que tiene mucho que ver con el lugar en el que vivo, con la gente en que conozco me siento yo apegado a una cierta circunstancia. Me siento santiaguino, parte de este barrio. Para mí, lo normal es escribir sobre lo que pasa en estas pocas calles en las que vivo. No me siento apegado a una idea de obra, que me parece que es un lastre, e incluso medio patética, como quedarse acariciando el currículum”. También hay características de fondo que mantienen unidas a estas novelas, como la metáfora del bonsái, que enuncia la imposibilidad de escribir, pero también permite intuir la necesidad de entregarse a un ritual de lo bello. El autor, que vivió la dictadura de Augusto Pinochet hasta que cumplió 15 años, asocia la imagen con la búsqueda ambivalente de su generación: “En la década de los años noventa, el discurso oficial insistía en asegurarnos que no había nada que buscar. En la universidad, por ejemplo, había un monólogo de la inteligencia: todos entendíamos todo, que no hay Dios, que los conceptos pueden ser puestos en duda, que la realidad era muy compleja, que no hay un centro sino varios. Luego, llegabas a tu cuarto y estabas solo y no podías dejar de buscar, aunque sabías que lo que encontraras no iba a ser esencial”. Quizá por eso la exploración de Zambra se tradujo en la necesidad de un escritor. La relación entre los personajes masculinos de ambas obras se refuerza porque tienen nombres similares, Julio y Julián. De hecho, el protagonista de La vida privada iba a llamarse Julio, pero el oficial de registro civil escuchó Julián y “en aquella época hasta un oficial del registro civil merecía respeto y temor irrestrictos”. Además, ambos personajes son escritores que no asumen su vocación, quizá por sentirse melancólicos y sin nada qué decir.
En su novela Formas de volver a casa (2013) , relata la historia de la generación de los hijos de quienes fueron “cómplices o víctimas” de la dictadura, a través de los ojos de un niño, que tiene mucho del pequeño que fue Zambra mirando la década de los años ochenta pasar en la localidad santiaguina de Maipú. “En cuanto a Pinochet, para mí era un personaje de la televisión que conducía un programa sin horario fijo, y lo odiaba por eso, por las aburridas cadenas nacionales que interrumpían la programación en las mejores partes. Tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba por esos intempestivos shows que papá miraba sin decir palabra, sin regalar más gestos que una piteada más intensa al cigarro que levaba siempre cosido a la boca”, escribe en la obra publicada en 2012. Al leer la cita pienso que quizá un niño venezolano escriba algo así en el futuro. En esta novela se observa, más que en sus escritos anteriores, el estado de ánimo su generación. Zambra recuerda que no sabía que quería escribir sobre la melancolía, que lo descubrió mientras trabajaba. Tiene que ver sllí un sentimiento de melancolía, cierta tristeza, frustración...
– ¿Y vacuidad?, aventuro.
– Y de derrota que había entre cierta gente de mi edad. Éramos contradictorios. Mi generación creció en dictadura y cuando teníamos 15 años volvió la democracia y se vendió el rollo de que Chile era un país excelente y con una economía sólida, donde había que ser feliz porque ya se había acabado todo lo malo; que las heridas habían cicatrizado de la noche a la mañana y que no había nada que hurgar. Ese discurso me sonaba falso. La realidad demostró, por lo demás, que lo era. Los noventa fueron años de permanente sutura, de intentos medio desesperados de curación, dice aspirando el humo de un cigarro del que no se separa.
El autor de los relatos en Mis documentos (2014) no cree que nadie se haya curado de la dictadura, porque Chile sigue siendo un país dividido, “pero ya no entre pinochetistas y no-pinochetistas, sino entre quienes se aferran a un optimismo vacío y a un libre mercado aplastante y quienes intentan buscar algo más”.
Frente a las imágenes de los padres pegados a la radio ola televisión, de las madres llorando de repente, de los desaparecidos y de los torturados frente a los silencios, que a veces son más coherentes que las griterías, los hijos mintieron o callaron. “Quienes nacimos a comienzos de la dictadura crecimos buscando y contando las historias de nuestros padres y tardamos demasiado en comprender que también teníamos una historia propia”, escribe Zambra en su colección de ensayos literarios No leer (2010). Por eso, terminar una novela suya deja la dolorosa sensación de que algo falta. Como un buen poema, su prosa es categórica y contenida; coherente en su brevedad y se sustenta sobre la necesidad de atender a las carencias de su generación. Sabemos bien los efectos de la violencia política sobre los actores sociales, pero ¿qué sabemos sobre los efectos que esas arbitrariedades que ya nadie se atreve a recordar causaron en quienes la observaban y aún no podían articular palabras? No sabemos nada. Y de eso escribe Zambra.


@michiroche

jueves, 25 de junio de 2015

Estrategias para contar locuras

“Seguramente haya un gran dios
que ordene que la tierra se cubra de vapores y túneles,
y mujeres que hagan nacer afilados cuchillos de sus vientres
para defender a ángeles del tamaño de un pez o de un olivo.
 Yo sólo sé que cada madrugada me asombra esa distancia que del cielo nos llega.”
Día 13


Cuaderno del orate (cuatro meses y un día), el más reciente poemario de Cecilia Domínguez Luis, se construye a partir de la perspectiva de un marginado que mira a su alrededor desde la otredad equiparada con la locura, la misma cuyo punto de partida parece haber sido la soledad que causa la ausencia de un ser amado. El motivo es habitual en la poesía, pues el enajenado es el sujeto por antonomasia del amor y de la lírica, género al cual la ganadora del Premio Canario de Literatura de este año rinde tributo recorriendo la intensidad emotiva del amor romántico, pero añadiéndoles un rasgo nuevo: las imágenes del misticismo medieval. Todo el cuaderno parece el diario de un abate.
Cuaderno del orate
En sus poemas abundan lo religioso y lo amoroso, incluso a veces las dos cosas. Como prueba de esto, la entrada del día 17 del primer mes, comienza con una cita del Evangelio de Mateo, “El espíritu está pronto para iluminar las cavernas”, y, dos verso más abajo, continúa con una cita un bolero del Trío Los Panchos, en itálicas, “Como un rayito de luna desciende la novicia hasta el jardín / y, entre la selva dormida sabe que es débil la voluntad de la carne.” De lo sublime al o humano en tres versos. Como la espada que Teresa de Ávila decía que Jesús hundía en su corazón, las heridas de amor las causan objetos punzantes como los arpones, los cuchillos y las espadas, así como otros de origen animal como las garras, los dientes y los picos, que perforan al hablante de forma metafórica. “Yo no quiero amarte / porque damas y donceles vendrán con sus agujas / a coser las cortinas en las que te encuentro como a una diosa renacida del agua”, se lee como testimonio del día 12 del primer mes mezclando el motivo amoroso con el pagano: “Cantan los gallos y tú no los escuchas, como tampoco escuchas mi voz que te llama.”
Por esa razón, además de alguna alusión a una torre –¿la bíblica Torre de Babel, quizá?– se suceden, por asociación, en la mente de quien lee esta centena y media de páginas otras imágenes del encierro como el monasterio, el sanatorio y la cárcel. Así que al orate se le ha desterrado a una torre (o se le ha encerrado en una celda) desde donde mira el tiempo pasar: los ciento y pico de días que separan la primavera del otoño, en los cuales abundan las imágenes tomadas de la naturaleza, en especial las marinas. Aunque no quedan claras las razones de aquella marginación, más que la evidencia que da el título de que el hablante es, en efecto, un loco, lo que si parece más evidente es que fue la pérdida de un amor lo que desencadenó la nostalgia que sacó fiera de sí a quien ostenta la voz poética. Y parece que ha sido encerrado, sacado del mundo, con el propósito de que emprenda, en soledad, el trayecto de vuelta a la cordura. Por eso, al ir avanzando en la lectura del poemario, da la sensación que el orate va conquistando imagen por imagen la sanidad por medio de la palabra poética a la cual Domínguez Luis reviste con un fervoroso tono casi religioso. Vuelve la sensación de misticismo que ahora prende una duda como una luz en medio de la sombra. Y uno se imagina que el loco se parece demasiado a nosotros, huérfanos abandonados a nuestra suerte. Al cerrar Cuaderno del orate, el lector tendrá la sensación de que el libro no solo es un recorrido hacia la cordura, sino la metáfora de la transformación del sujeto creador. Y he allí el gran logro de esta poeta: construir con artes minuciosas la duda sobre quién es el verdadero orate, ese que en el principio de los tiempos dijo Fiat lux y se fue dejando la creación entera a su bola, o quienes le adoran por haberlo hecho. Y esto, visto en retrospectiva, se erige como la espina dorsal del libro entero. Y allí, en esa epifanía, por fin descansa la escritura. Y uno piensa en el domingo. En el día siete, cuando la tradición dice que el gran arquitecto se fue a descansar, la poeta por la voz del orate escribe: “A pesar de todo, de esa imposibilidad mía para amar, / a los terrestres dioses que en tus hombros reposan, / tú eres el prodigio que necesito.”
Y, solo entonces, los orates hallamos la esperanza.

@michiroche


miércoles, 24 de junio de 2015

Lispector, descubierta

Se ha editado Descubrimientos, crónicas (1967-1973), libro que recopila los textos que Clarice Lispector escribió para ratificar su condición de escritora. Claudia Solans en su prólogo escribe: “Textos heterogéneos, muchas veces inclasificables e inesperados, que revelan en cada línea la compleja escritura y personalidad de su autora”.
Descubrimientos
En el libro está una crónica, “La entrevista alegre”, sobre una entrevista que concedió “para ser publicada en uno de los libros de la serie Libro de cabecera de la mujer”. Con soterrada ironía realiza un texto con dos personajes: la joven de nombre Cristina que la entrevista y ella. El tono de simpatía antipática que destila entrelíneas es de una sutileza feroz: “Sus preguntas eran inteligentes y complicadas, casi todas sobre literatura. Dije: pero pensé que lo que le interesaría a la mujer de clase media sería si me gusta comer porotos con arroz”. En otro aparte escribe: “La entrevista comenzó con buen humor. Reímos varias veces. Una de las veces fue cuando preguntó qué pensaba yo de lo que había escrito el crítico Fausto Cunha. Había escrito –yo no lo sabía— que Guimarães Rosa y yo no pasábamos de ser dos embustes. Di una carcajada hasta feliz. Respondí: no leí eso, pero una cosa es cierta: embustes no somos. Podían llamarnos de cualquier forma, pero embustes no. Vamos, Fausto Cunha. Usted, al que conocí en el casamiento de Marly de Oliveira, es incluso simpático, pero qué idea. Vea si piensa un poco más en el asunto. Creo que Guimarães Rosa también reiría”. Lispector dice vengarse al relatar los entretelones de la entrevista y hay un fragmento que  resulta clave: “Cristina me dijo: ‘El crimen no compensa. ¿La literatura compensa?’. De ninguna manera. Escribir es uno de los modos de fracasar. Cristina se sorprendió, me preguntó por qué escribía entonces. Y no supe qué responder”.
La publicación de su primer libro Cerca del corazón salvaje fue toda una odisea. Los críticos, que leyeron los originales, recomendaron a las editoriales no publicarlo. A Lispector no le quedó otra opción que aceptar la propuesta de una editorial incipiente. En el ensayo “Clarice Lispector o la travesía de la infelicidad”, Ledo Ivo escribe que “separada de su marido diplomático, regresó a vivir a Río y, en un ejercicio de supervivencia y afirmación literaria, regresó a la antigua profesión del periodismo(…) A cambio de magras remuneraciones, distribuía sus escritos en diversos periódicos y revistas. Durante un tiempo fue una cronista del Diario de Brasil, al que renunció, sumaria e implacablemente, alegando que sus crónicas no tenían lectores”.
Una noche se quedó dormida y por accidente un cigarrillo entre sus dedos desató un incendio que laceró parte de su cuerpo. Todo esto se fue sumando a su naufragio. Ivo acota: “La otrora bella y deslumbrante Clarice Lispector atravesó su infierno astral. Descendió de su pedestal de princesa de nuestras letras para convertirse en una simple y necesitada pasante, en un mundo cruel e implacable, viviendo escenas de ironía y  humillación. Vestida con ropas provenientes de su viaje por el mundo diplomático, que le conferían un aire inusual y extranjero, como fuera de estación, Clarice Lispector vivió el proceso de su destrucción e infelicidad”.
Uno que anda de jorobado de Notre Dame por la vida percibe ese sitial preponderante que ocupa la belleza en la existencia, pero una belleza cosmética, artificial y que nada tiene que ver con la belleza en el sentido platónico. El diálogo “Fedro” concluye con una plegaria de Sócrates al Dios Pan, pidiendo que le conceda llegar a ser bello por dentro. Lo que pide Sócrates es esa belleza perdurable en contraposición de esa otra fútil y efímera del exterior. Esa belleza interior que permite no sólo obrar con rectitud y justicia, sino que proporciona un perfil de nuestra interioridad, de esa sabiduría interior que sitúa al individuo por encima de esas pasiones confusas (a veces triviales) que a todos parecen acosarnos.
Clarice Lispector no supo responder por qué escribía. Esto es debido, quizá, a que jamás se planteó la escritura como un trabajo, como manera de alcanzar el éxito, sino como una posibilidad de encontrar el espejo de esa belleza interior más perdurable y de más largo aliento a través del tiempo.
Escribir obviedades, con bisuterías orientalistas, como Paulo Coelho y ser éxito de ventas es también una manera de fracasar. Sin duda que en un futuro cercano nadie leerá a Coelho, pero Clarice Lispector seguirá siendo imprescindible. Además ella lo escribió con acertado genio: “Todo lo que aquí escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo poco, casi nada oigo. Me sumerjo por fin en mí hasta la matriz del espíritu que me habita. Mi fuente es oscura. Estoy escribiendo porque no sé qué hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El cuerpo informa mucho”.

Carlos Yusti


martes, 23 de junio de 2015

Silda Cordoliani: Me he esforzado en saber qué es lo femenino

En la biblioteca de Silda Cordoliani, los hombres y las mujeres van por separado. “Como las antiguas escuelitas”, bromea. La narradora y editora, para quien la escritura es algo natural, “algo inherente pero no urgente”, no es una persona de tomarse los asuntos de las letras a la ligera. Por eso, la separación entre los libros escritos por uno y por otro género va más allá de un capricho anacrónico. Se trata del trabajo de toda una vida. En la academia, en su trabajo como editora y en su propia obra impresa el interés que guía su trabajo es el de descubrir a la mujer como es realmente, fuera de los estereotipos y los modelos impuestos por la sociedad.
Silda Cordoliani
Foto: Omar Mesones
En esa misma línea se ubica el libro que acaba de publicar con la editorial estadounidense en castellano Artepoética Press, una antología de sus cuentos más representativos seleccionados por ella misma. La ha titulado Tiempo de ratas frías y otras historias y toma relatos de los otros tres obras en este género que suma  hasta la fecha: Babilonia (1993), La mujer por la ventana (1999) y En lugar del corazón (2008).
Porque aunque se afane en señalar que a estas obras las separa el tiempo y en la madurez, los une lo mismo que al resto de su trabajo: la mirada minuciosa de la mujer. “Mis primeros cuentos son de hace mucho tiempo, cuando el mundo era otro, cuando la comunicación entre hombres y mujeres, e incluso la sensibilidad, creo que eran distintas. Tenía la esperanza de saber cómo eran percibidos en la actualidad. Aunque tampoco estoy muy segura de que esta sea la respuesta”, explica la escritora nacida en Ciudad Bolívar en el año 1953, refiriéndose a la necesidad de publicar esta antología personal de su narrativa breve, género que le interesa como lectora y autora debido a su concreción y la limitada posibilidad de dispersión que ofrece.


– En otras entrevistas ha dicho que su interés se ubica en transmitir emociones, ¿de qué manera piensas que Tiempo de ratas frías…  es un catálogo emocional personal?
– Un catálogo de emociones esencialmente femeninas, no sé si para los demás. La intención es escarbar, desentrañar, llegar al punto ciego donde se inicia lo emocional. Por eso me gustó tanto un calificativo que dio a mis cuentos José Balza: “inmorales”. Inmorales no porque se enfrenten o contrapongan a la moral, sino porque, en eso que llamo punto ciego, lo esencialmente humano, la moral no tiene lugar, no existe.
– La presencia de lo femenino es fuerte en este libro ¿pueden las mujeres servir de metáfora literaria?
– No, las mujeres no son metáforas literarias en mis cuentos ni sirven para eso, simplemente son ellas, tal como en la vida real. Algo en lo que en verdad me he esforzado: saber qué es la mujer y también qué es lo femenino, dos cosas distintas por cierto. Creo que me he aproximado bastante, pero una parte no existe sin su opuesto, y en los opuestos sí que me siento perdida, tanteando a ciegas.
– ¿En qué se parece el trabajo de editora al de escritora?
– En lo riguroso, en lo meticuloso, en lo exigente. Podría decir que ser editora me ha ayudado en el oficio de escritora en la misma medida que te ayudan las lecturas en general, pero no estaría siendo completamente sincera. Si llegas a un libro que no te interesa siempre existe la posibilidad de abandonarlo, cosa que el editor no puede hacer ante un manuscrito que debe trabajar. Si este no te gusta, la tarea se convierte en algo muy arduo, pero a la vez en una enseñanza: he aquí lo que jamás se debería hacer, te vas diciendo a cada paso. Aunque otras veces, las menos, las mucho menos, empiezan a aparecer virtudes completamente ocultas en el primer vistazo o en las primeras páginas; entonces el manuscrito se te convierte en una revelación. Son momentos extraordinarios.

@michroche

viernes, 19 de junio de 2015

En espera del tren

No comboio descendente
Vinha tudo à gargalhada.
Fernando  Pessoa
Bestia de fierro, antiguo heredero de viajes que fuerte traquetea. Desde Antonio Machado hasta Pessoa existen versos que detallan la simbiosis del tren y el pasajero, el primero  decía: “¡Este placer de alejarse! / Londres, Madrid, Ponferrada, / tan lindos… para marcharse. / Lo molesto es la llegada.” César Segovia no es ajeno a esa antigua relación hombre y máquina por lo cual en su poemario Próximo tren nos invita a viajar por cada andén del mundo.
Próximo tren
Segovia caraqueño nacido en 1977, es licenciado en Letras de la Universidad Central de Venezuela, además de editor, investigador y creador de  palíndromos. En su haber literario nos encontramos con: Caracas siempre nueva. Breve antología de crónicas de Caracas. (Magenta Ediciones), y Eso lo sé (Editorial Lugar Común).
En Próximo tren, publicado bajo el sello de la editorial Libros del Fuego, el autor además de combinar un poemario y un diario de viajes  entrega a los lectores un boleto y un mapa para recorrer las vías que conectan territorios de todos los continentes, de esta manera, cada uno puede acompañarlo como un pasajero en el asiento de al lado o en otro vagón.
Dicho rumbo pasa por  53 estaciones (poemas narrativos) que se dividen en siete partes, por nombrar algunas: Gregorio Marañón, Madrid; Père Lachaise, París; Maяkobkaя, Moscú; De Broukère, Bruselas; Hermannplatz, Berlín; King’s Cross, Londres; Joanic, Barcelona; Amsterdam, Holanda; Hoboken, New York; Oruro, Bolivia; Tlatelolco, México D.F; La Hoyada, Caracas; Marutamachi, Kyoto; Baquedano,Santiago de Chile y Retiro, Argentina.
El viaje de Segovia inicia en la estación “Los Jardines”, Caracas: “A esta hora toca ser el vidente cegado por la / mínima luz que arde en las ventanas abiertas. Toca ser /el tren que parte desde el ánima lúdica hecha voz / frente al espejo (…)”. Donde los rieles marcan los confines del camino mientras el hombre continúa su sueño, lectura y admiración a través de la ventana. Para luego seguir a  “Parque del Este” y recorrer en cada línea  el tiempo, la nostalgia nocturna y la espera: “Y así los bordes que fueron noche se vuelven angustia, / opresión, pena. / Y así las penas se sentaron a esperar el próximo tren”.
El poeta logra lo insólito, un gran riel náutico que une a Caracas con Roterdam, Madrid con Caracas o París con México. Muestra al tren como la  vida misma, siendo el tiempo de nuevo protagonista, así se lee en “Capitolio”: “Envejecemos frente a las puertas del tren, vencidos en la / eterna esperanza de un sentido sin dirección, en los crímenes / de una clepsidra tiránica, mustia de gotearnos”. Para mostrar líneas más adelante: “Envejecemos sin movernos, vivos apenas”. En “Amsterdam Central” se repite el contar de las horas, la arena en el reloj: “Fue. La noche, la espera, la mancha del tiempo que / se volvió memoria apenas, apenas amnesia de una palabra / susurrada entre el borde de un andén y la sombre de / su despedida”.
También está el amor silencioso que observa y protege en el “Arcén 3”: “Espero ser más que el sueño que duerme, más que el vapor que le / roza la piel y le escuece el ansia. Espero ser el rumor que le llegue siempre, que le bese la frente y le esconda / las sombras”.
Para el autor hay una maleta preparada, un boleto, vagón y la convicción de que “Siempre habrá trenes”  sinónimo de esperanza. Cuando esa masa de metal andante se detenga será  el final  de su viaje y el comienzo para otro pasajero anónimo.
@DiosceMartinez

jueves, 18 de junio de 2015

Esas cosas que pasan

La mayoría de las novelas que tratan la muerte de algún familiar recurren al frío intelectualismo para desgajar los hechos economizando los sentimientos. Este no es el caso de También esto pasará (Anagrama, 2015), una novela en la que Milena Busquets novela el luto por la muerte de su madre, la célebre editora de Lumen, Esther Tusquets. Lo que llama más la atención de este libro que está siendo traducido al inglés, al francés, al alemán, al italiano y al portugués y que será editado por los mejores sellos europeos –Gallimard, Rizzoli, Suhrkamp, Hogarth Press, entre otros– es que apela, justamente, por el procedimiento contrario: es una explosión de sentimentalismo.
También esto pasará
La espiral de encuentros sexuales y la necesidad de reafirmar la vida en las relaciones con los amigos y con los hijos, construyen un argumento inusual que transcurre durante un verano en Cadaqués, pero cuyo mensaje final es la transitoriedad de la vida. La exploración de la pérdida y el dolor que emprende la autora en esta obra interesa al lector porque cifra dentro de una aparente superficialidad uno de los misterios más grandes de la existencia: cómo navegar dentro del vacío enorme que deja la muerte de un ser querido. “La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo”, escribe quien también trabajó varios años como editora y la fuerza de esta declaración –que puede llegar a sonar a perogrullada si no se resemantiza– solo queda en evidencia cuando se complementa con otras: “Amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen sor solo la réplica del primera amor”. Es por eso, por el fallecimiento de la madre, que para la narradora es el amor definitorio de su vida, que intenta resolver el dolor con el exceso de los otros amores. Los amores menores, los transitorios, ahora que el definitivo se había marchado.
Busquets se propuso anotar su luto a través de la descripción ficticia de un viaje familiar que hace con sus hijos y sus amigos más cercanos a la casa de veraneo de su familia, unas semanas después de que ha enterrado a su madre. Por eso, a ratos, la voz que narra en primera persona se saca de la manga a una interlocutora, la madre muerta, que queda interiorizada dentro de su hija como pasa cuando se van de nuestro lado quienes guiaron los primeros años de nuestra existencia: su voz está presente, con la sonoridad de su tono y los lugares comunes de sus expresiones. “Te preocupaba que hiciese tanto tiempo que no me enamoraba de verdad, que hubiese convertido en un juego algo que a ti siempre te parecía tan importante y que lo jugase con contrincantes que, según tú –en eso eras la típica madre–, ni estaban a la altura ni tenían mi pericia”, escribe la autora nacida en Barcelona en 1972.
Aunque lo que está en primer plano es el desorden que la lleva de los brazos de un hombre a otro, incluyendo uno casado, un exmarido y alguno que otro amante ocasional, lo que se encuentra en el fondo es una vuelta constante a los últimos momentos de la vida de su madre, a la relación que se había articulado entre ellos. Y, principalmente, a la sensación de orfandad que, sin importar qué edad se tenga, pesa sobre el alma cuando se muere uno de nuestros padres. “Habíamos hablado mucho de la muerte, pero jamás pensamos que la muy cabrona te arrebataría la cabeza antes de llevarse también todo lo demás, que te dejaría únicamente unas migajas de lucidez intermitente que sólo servirían para hacerte sufrir más”, escribe y añade una vertiente más de drama a la muerte de su madre, la pérdida de aquello que definía su vida: su cabeza. ¿Cómo darle sentido al hecho de que una madre, en la noche de sus días pierda aquello que mejor la identificaba? Una editora que enferma de la cabeza. Como una cama que no ofreciera cobijo. Como un carro que se quedara sin ruedas. Como un piano incapaz de tocar una nota.
La muerte es un resumen, a veces irónico, de la vida. El luto, en cambio, es una realización de la existencia. Una que cuesta mucho elaborar.

@michiroche

martes, 16 de junio de 2015

Adalber Salas: “La violencia nos atraviesa por completo”

El quinto poemario de Adalber Salas imbrica los temas del exilio, la patria perdida y la descomposición moral de una sociedad en la metáfora del cuerpo enfermo. Es el primero que el autor nacido en Caracas en 1987 publica desde que comenzara en 2014 el Master of Fine Artes en Escritura Creativa de la New York University, como becario Santander. Se titula Salvoconducto y con esta obra se hizo merecedor de la más reciente edición del premio de poesía “Arcipreste de Hita”.
Adalber Salas
Cortesía Taller de Poesía UCAB
El volumen confirma la solvencia de un autor cuya obra ya comienza a darse a conocer fuera de Venezuela, gracias a la edición de poemarios suyos primero en Colombia –Heredar la Tierra, por Común Presencia en 2013– y ahora en España, puesto que este libro que se encuentra en el catálogo de la Editorial Pre-Textos. Pero Salas no solo es poeta, además ha publicado el ensayo Insomnios. Ensayo sobre poesía venezolana (2013) y las traducciones de varios libros de Margarite Duras, Artaudlogía, una selección de textos de Antonin Artaud y Elogio de la Creolidad de Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau, Raphaël Confiant. Dice que lo que une a las tres actividades es la fascinación que siente por el hecho de que la lengua exista: “Los poemas intentan atisbar algo de la variedad siempre móvil, de las posibilidades y descubrimientos insólitos que ofrece el español. El ensayista escribe sobre poesía casi invariablemente, pues allí encuentra, o cree encontrar, a las palabras en su estado de mayor versatilidad. El traductor hace su casa en el borde entre las lenguas, en esa tierra de nadie que ofrece tantas libertades que, aunque siempre las hemos tenido, a menudo no hemos sido conscientes de ellas”, concluye.

– ¿Es Salvoconducto un poemario que solo es posible escribir fuera de Venezuela? ¿Qué aportó la cualidad de migrante a los textos?
– En efecto, varios de los poemas solo fueron posibles gracias a que había emigrado poco antes de escribirlos: la distancia me proporcionaba una manera distinta de enfocar mi trabajo. Verme desligado del ámbito al que me había acostumbrado, mi hábitat natural, me forzó a repensar la forma en que me relacionaba con mi propia escritura. Sin embargo, la mayoría de los textos ya existía en forma embrionaria desde mucho antes. Estar fuera de Venezuela fue, de alguna manera, un catalizador.
Desde otro punto de vista, podría afirmar que este poemario fue escrito íntegramente en Venezuela: cada vez que me sentaba a trabajar en él, me hallaba en mi casa, en Caracas. El libro fue una manera de no irme, de estar afuera y adentro, de vivir en una frontera simultáneamente geográfica y temporal.

– ¿Qué fue lo más difícil de escribir este libro?
– Ejercer la mirada. No solamente como un derecho, sino como un deber. Por las razones que sea –comodidad, miedo, pudor, vergüenza, culpa– somos educados para apartar la mirada. Pero no podemos darnos ese lujo. No podemos dejar de ver la violencia que nos rodea y que es nuestra responsabilidad. Me refiero principalmente a la que está devorando Venezuela –y que va más allá de cualquier credo político–, pero también a la que hemos heredado de siglos pasados en Occidente: la colección de horrores que hemos asumido como nuestra historia. Es arduo reconocer la parte que uno tiene en todo ello. Estos poemas buscan hacer visible lo que nos incomoda, nos duele y, de alguna manera, nos inculpa.

– En Salvoconducto vuelves sobre los temas de otros poemarios tuyos –Suturas (2011), por ejemplo– como la enfermedad y la dificultad de la literatura, pero dentro de un libro donde el peso central está sobre la descomposición venezolana, por eso, aquellos motivos quedan redimensionados. ¿Cómo se parece la enfermedad del cuerpo a la de la patria?
– Ambas enfermedades se reflejan mutuamente. La descomposición venezolana, este momento de íntimo desmembramiento de nuestro imaginario, nos toma el cuerpo, aunque no nos demos cuenta. La violencia nos atraviesa por completo, desde la especificidad de la piel hasta las relaciones institucionales, en todo nivel. De nuevo, esto nos afecta a todos, independientemente de dónde se encuentre uno en el espectro político.

– He usado la palabra “patria” y me pregunto si existe ese lugar. En el poemario has escrito: “No es una patria; es una apuesta que perdimos”. ¿Quiénes perdimos esa apuesta?
– La perdimos todos. Pero apostar por la patria es perder, inevitablemente. La noción de patria es opresiva, sin importar quién la utilice y con qué fines, como todas las palabras que nos sirven de excusa para ejercitar nuestra sordidez.
En el libro, pienso en cómo muchos de nosotros hemos visto fracasar diversos maneras de implementar –o imponer– eso que, con distintos fines, se ha llamado patria. Todo en un mismo espacio y en un tiempo muy breve. Creo que, más que una apuesta, hemos perdido varias.

– ¿Para qué sirve la palabra?
– La palabra sirve para todo: no podemos vivir sin ella. No sólo la palabra en su sentido neto; también la palabra poética –entendida esta como nuestra capacidad para imaginar a través de la lengua. Sirve para interpretar y reinterpretar el mundo, para comer y beber, para vincularnos afectivamente, para organizarnos en comunidades, para ejercer violencia y para defendernos de la violencia. Para construir una identidad –singular o común– y, sobre todo, para olvidarla.

@michiroche

jueves, 11 de junio de 2015

El futuro es un animal sin ojos

Salvoconducto
La dolorosa relación entre el cuerpo propio y el mundo que lo circunda que era la metáfora fundamental en el libro Suturas (2011) de Adalber Salas Hernández, en Salvoconducto (2015) se convierte en el tormento por un país que se desmorona. “No es una patria; es una apuesta que perdimos”, escribe en uno de los 33 poemas del libro que ganó en el más reciente Premio de Poesía Arcipreste de Hita, que otorga la editorial española Pretextos y el Ayuntamiento de Alcalá La Real.
Las relaciones con los autores venezolanos de su generación quedan en evidencia con este libro. No es solo que la oceánica oralidad de cada tipo venezolano habla por estas páginas –los militares, los delincuentes, las madres, los jóvenes poetas– sino que expone algunos motivos de las narrativas del deterioro[1] que caracterizan las obras de los autores contemporáneos y, en especial, de los nacidos después de 1975, como la melancolía del deterioro social y la imagen de la patria ajena en el cuerpo enfermo.
El poema XXX, subtitulado “Carta de Jamaica” –en alusión al documento escrito por Simón Bolívar en 1815 donde expone los argumentos de los españoles americanos para solicitar la independencia–, muestra la tristeza de un país donde las utopías se han convertido en lemas propagandísticos para los aparatos del poder y de las dificultades para sus naturales de separarse de la degradación que se esconde detrás del vocablo patria. “Preciso hablarle de este montículo de arena y ceniza que me vio nacer, / esa tierra de tanto sol, encandilada por su hambre / de historia”, escribe el autor nacido en el año 1987: “La conozco bien: mucho he viajado en mis días, / pero nunca, realmente he atravesado las fronteras de / Venezuela. Cada palabra que pronuncio ata mis pies a ella, / atraviesa mi boca con un sabor amniótico.” En el símbolo del deterioro en las cucarachas que están por todas partes llega a otro nivel cuando lo matiza la imagen del brillo avasallante del sol caribeño, borrando los límites y derritiendo los ideales: “Su mayor sabiduría está / en cómo contemplan la luz. (…) Han podido leer / en cada punto de fulgor, cada espina de / claridad, un enigma que apenas podemos / vislumbrar nosotros, los infieles, los que no tenemos / ojos compuestos por dos mil láminas sensibles a las caligrafías del resplandor.” Así, los insectos de la suciedad se convierten en la imagen de la redención en este poema que alcanza los límites del lirismo.
La desaparición de las utopías puede observarse en la desconfianza con la que Salas Hernández mira a la tradición literaria del país, en especial la vanguardia: “Nadie como ellos para entender los estragos del calentamiento global en el hielo de los whiskeys, los modestos glaciares de este trópico”, escribe. Más abajo en el mismo poema se pregunta sobre la utilidad de la escritura en el poema XVII, subtitulado “Ecopoesía”: “Uno puede botar cuantos poemas quiera / sin temor, con buena consciencia: no es necesario / reciclarlos. La poesía se pudre sin quejarse, /como una ballena triste y ebria, encallada / en alguna costa sin turistas.” Pero, a pesar de su ironía, el autor caraqueño no se desmarca de aquella tradición, que es también la suya no solo por ser venezolano, sino porque la crítica social que hace tiene su origen en aquellos años sesenta, la “década meteórica” como la llamaba Salvador Garmendia. Por eso, el poema X es un homenaje a Caupolicán Ovalles, cuyo último verso es el célebre título de su volumen más destacado, ¿Duerme usted, señor Presidente?. En ese libro publicado en 1962 y dirigido al Rómulo Betancourt arremete contra el sistema presidencialista hipócrita y corrupto venezolano de la época y costó a su autor ser condenado a un breve período de exilio. En su poema, con obvios paralelismos, Salas se pregunta por qué está triste el presidente: “¿Algún ministro le habrá revelado por error / que una bandera no sirve para contradecir la lluvia, para ahuyentar los perros del frío?” inquiere: “¿Será que le desafina el pulso, que tiene arritmia / el himno patrio?”; “¿Será que no duerme por culpa de los disparos, del gas / lacrimógeno, de los gritos que hacen de paredes / en las cárceles?”.
Los treinta y dos poemas que preceden al último, “Salvoconducto”, construyen el efecto del título del libro. En esos versos narrativos las palabras son las artífices de una venganza que solo puede ser calificada como “poética” –“Tendrás que dejar sonar las palabras en la entraña intacta de esa sordera”– y que dan sentido a todo el poemario: Solo el libro puede erigirse como el “salvoconducto”, el documento que permite la libertad al poeta para hablar sin consecuencias, a pesar de que le autor no sea más que un mortal: “Lo que quede de mí se irá rápidamente, / se colará por algún desagüe, se escapará sin / avisar, sin despedirse, será un gorgoteo / o un crujido en los huesos del día”

@michiroche





[1] La denominación narrativas del deterioro es el tema de un extenso ensayo que tengo años escribiendo y del seminario que impartí en 2014en la UCAB. Los críticos Miguel Gomes y Gustavo Guerrero han hecho investigaciones, anteriores a las mías, respecto a los temas propuestos por esta denominación. En un ensayo publicado hace dos años por la revista Quimera me refiero a esto: “[si bien no puede] hablarse de una narrativa identificada con el protagonismo de Chávez en la vida venezolana que se caracteriza por relatos neoexpresionistas que describen imágenes del deterioro, el envilecimiento y la violencia social, según asegura Miguel Gomes en su ensayo “Modernidad y abyección en la nueva narrativa venezolana” (2010)”.

martes, 9 de junio de 2015

Sonia Chocrón: “He sustituido al emblema hollywodense por la mujer invisible”

Sonia Chocrón aún no está muy segura que lo suyo sea escribir. “Aún hoy fantaseo con la posibilidad de dedicarme a la orfebrería”, matiza y lo explica al añadir que con ese oficio “pensaría mucho menos y tendría las noches libres”.
Sonia Chocrón
Cortesía de la autora
Su gusto por la palabra escrita apareció durante sus estudios de bachillerato. Su profesora de Castellano y Literatura, Carmen Mannarino de Mazzei, le sugirió que tomara los talleres de literatura del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos: “Yo barruntaba poemas  seguramente pésimos) a los quince o diecisiete años de edad, tal vez, y, un día a la semana, Mazzei nos animaba a compartir nuestros escritos. Así que apenas cumplí los dieciocho, durante mi segundo año en la escuela de Comunicación Social, concursé para participar en los talleres del Celarg. Y así comenzó. Claro que en aquel momento no fue un decisión de vida dedicarme a escribir. Era meramente una opción para ordenar mis palabras”.
Este año, luego de un largo hiato, Chocrón publicó, por fin, Mary Poppins y otros poemas que le siguen los pasos a otros libros suyos del mismo género, como Toledana (1992), Púrpura (1998) y La buena hora (2002). Había estado dedicada a las novelas y llegó a coquetear con los cuentos. En 2004 editó la colección de relatos Falsas apariencias y, cuatro años después, La virgen del baño turco y otros cuentos, el cuento que titula el volumen está en varias antologías.
En novela Las mujeres de Houdini (2012), ambientada en París en el año 1939, quiso escribir sobre cómo los falsos recuerdos juegan malas pasadas al cerebro y volver sobre uno de los personajes que más le interesan del pasado, el ilusionista húngaro Harry Houdini.

– ¿Cómo fue el paso de la narrativa a la poesía? ¿Qué género disfrutas más?
– En realidad, el salto fue a la inversa. Lentamente, pausadamente. Mi primer libro publicado, en 1992, es Toledana, que es poesía ciertamente aunque con una narración de ficción como hilo conductor. Luego vinieron dos libros más. Y en 1999, embarazada de mi hija, decidí que no escribiría poemas durante los nueve meses de gestación, para no disturbarla con mis tonterías. Así que como no tenía otra cosa que hacer, escribí un cuento, “La Señora Hyde”. Y luego otro y otro. Di a luz a Ximena y también a mi primer libro de relatos, Falsas Apariencias. Me gusta escribir narrativa porque me divierte. Es como hacer una fiesta e invitar amigos y rivales a ver qué ocurre. Y casi siempre caben todos. Y recrear paisajes provisorios. Me gusta, en fin, porque nunca es definitiva. “Pero lo que la literatura sabe, si es que sabe algo, es que somos  pura fluidez sin lugar”, dice Marcelo Cohén, que es un narrador que me agrada.

– La inspiración en los títulos de películas, la mayoría clásicas, añade una vertiente lírica sobre la que pocos poemarios en Venezuela se sustentan, ¿Cómo se trabajan la simbología de un poema para que no choque con la de los largometrajes?
– Pasa que los largometrajes son la excusa, el mito, la imagen, la referencia fácil. Bandas sonoras, títulos, personajes. En ese sentido, soy una tramposa. O una seductora. El poema, en cambio, siempre va al término inesperado, a un punto de fuga que se distancia de la película y se salta a otra acera. Esa que nunca vi en la pantalla pero que sí forma parte de mi biografía privada. Y entonces, ya no estafo. Confieso.

– Lo femenino está presente en esta obra, ya desde la alusión a Mary Poppins en el título, pero como la imagen de la mujer sugerida por el cine más evidente es la diva me pregunto qué hay esta en las imágenes femeninas que transitan por esta poesía
– En Mary Poppins y otros poemas, la única ausente es la diva. No es un acto deliberado, por cierto, ha sido así por necesidad. Hay sí, la mujer de todos los días porque he sustituido al emblema hollywodense por la mujer invisible. Es decir, la real. No encuentro espacio para divas ni en mi vida ni en la Venezuela que corre. O tal vez las divas que descubro últimamente son hombres. En Mary Poppins hay madres, amantes, amigas y fantasmas. Todo lo que fui y he sido.(Ni siquiera estoy segura de que este libro sea poesía. Fue mi intento por inmortalizar lo que he perdido, como si fueran los fotogramas de un film).

@michiroche

martes, 2 de junio de 2015

Ismael Belda: “Me gusta la hibridación”

Lo único que realmente contenta a Ismael Belda es hablar de libros. No tanto de los que escribe –solo ha publicado uno hasta la fecha–, sino de esos que se multiplican dentro de su biblioteca, forman montañas sobre una mesilla al lado del escritorio o los que descansan en su mesa de noche. No importa que, en las páginas culturales del ABC, Andrés Ibáñez escribiera que con La Universidad Blanca este autor proponía el mejor libro de este año y que había sido un verdadero descubrimiento: lo que verdaderamente importa a este madrileño nacido en 1977 en la ciudad Valencia –donde apenas vivió cuatro años– más que el errático terreno de la producción propia es la obra de otros, que para eso el placer que guía su existencia es la lectura.
Ismael Belda
Cortesía Ediciones La Palma
En el poemario del catálogo de Ediciones La Palma se encuentran dos poemas largos y seis poemas líricos cortos, agrupados bajo el título “Canciones de Vepseral”. El primero de los largos se refiere a un ser mecánico que quiere convertirse en humano y el otro, de donde se ha tomado el nombre del volumen, recorre las aventuras del cocimientos, mientras que las entradas finales vuelven a caminos poéticos más tradicionales como el amor y la apología a la naturaleza. El tomo nació de una larga y ambiciosa novela que tiene más de una década escribiendo y que tiene el título tentativo de “Vesperal”. Parece que allí, como ya ha hizo en La Universidad Blanca se combinan múltiples géneros. Las intersecciones entre lectura y escritura, narrativa y poesía y, en especial, la humildad con que observa su trabajo y el de su época convierten a Belda uno de los intelectuales más interesantes de nuestra generación.

– ¿En qué momento se separó el poema “La Universidad Blanca” de la novela?
– Durante el trabajo con la novela, tuve la idea de hacer un capítulo que fuera el libro que está escribiendo uno de los personajes. Un libro dentro del libro. Pero enseguida se me fue de las manos y abandoné la idea. Tenía ganas de escribir un poema narrativo largo, que en la tradición hispánica se ha hecho poco, pero es habitual en la anglosajona. Por alguna razón, estos enormes poemas narrativos en verso dan una libertad que no permite otro género y para el lector no es difícil aceptarla.

– ¿La libertad del poema narrativo la otorga la lectura o la escritura?
– Acabo de leer El levante de Mircea Cartarescu, que es una extensa novela en verso. Está llena de humor y de fantasía. El escritor rumano se permite toda clase de licencias. Todo vale y todo tiene su sitio. Es un libro precioso y me ha gustado leerlo, además he encontrado cierta afinidad con La Universidad Blanca. Allí Cartarescu encontró una enorme libertad que yo no veo en otros géneros.

– ¿Qué le permite le género lírico y no el narrativo?
– En la poesía hay una música que no está en la narración. Realmente yo no soy muy amigo de hacer distinciones tajantes de géneros. Me gusta la hibridación, así como también la mezcla de cosas, no significa que lo practique siempre, pero me gusta. La poesía tiene que surgir de la fuente del lenguaje, es una especie de música. Uno entra en esa música y escribe el poema. La prosa es distinta, es un poco más intelectual, mental, tiene que distribuir más racionalmente el lenguaje y el pensamiento. Esa música tiene que ver obviamente con el ritmo del poema, pero no me refiero solo a eso; hay una música interna que no propiamente el ritmo de las palabras, es algo que va por debajo.

– ¿Tiene algún modelo de poeta?
– A lo largo de la vida, muchos. Para un escritor que empieza deben haber modelos. A veces escucho que les dan consejo a los primerizos y les dicen “sé tu mismo”, eso está bien, pero ¿cómo se hace? En el Renacimiento, tanto en las artes como en la poesía, había el concepto clave de la imitatio, que no era exactamente copiar a un autor clásico sino recibir el espíritu o la idea del otro y los escritores jóvenes tienen que hacer esto para aprender. Dicho esto, para este libro no he tenido modelo claro ni lo tengo para la novela que estoy terminando.

– ¿Hay una manera poética de mirar la vida?
– Sí, pero creo que no pertenece a los poetas en exclusiva. Creo que es parte de todos los seres humanos. Los escritores lo usan para hacer su trabajo. Cuando se habla de una visión poética, por lo general, se entiende el terreno de lo ideal, pero no es eso. La visión poética de la realidad es aquella que de verdad la entiende y entra en ella. Eso pertenece a todo el mundo, pero hay que ejercitarlo. Si un poeta o un escritor  no sabe usarlo mal va.

@michiroche